viernes, 31 de enero de 2014

Balansiya, ciudad musulmana

Durante el gobierno amirí, Córdoba llegó a ser la envidia del mundo occidental por su relevancia en las artes, la medicina, la arquitectura y por su poder militar. Mientras mi maestro me explicaba su final, yo me lamentaba profundamente de que aquella época dorada se hubiera apagado. Pero he crecido y me he dado cuenta de que aquellos líderes fueron unos dictadores; de que dirigieron una administración despótica, donde el abuso de poder y la compraventa de favores era la regla general; de que únicamente buscaron su beneficio personal; de que despreciaron absolutamente el bienestar de sus súbditos. Capaces de lo mejor y también de lo peor, ellos mismos fueron los principales responsables de su propia desaparición.

Afortunadamente, el colapso de Córdoba no supuso para Valencia, al menos en un principio, un perjuicio, sino todo lo contrario. Mi maestro me contó cómo, bajo la dominación del Califato, nuestros antepasados instalados en Xarq al-Andalus, desarrollaron la agricultura moderna, base de la economía de la región. Al proceder de países donde el cultivo de la tierra estaba muy arraigado desde la Antigüedad, conocían las técnicas para explotar regadíos y mejorar su producción. Fomentaron el cultivo intensivo de la huerta e introdujeron el arroz, la naranja, el higo y casi todas las hortalizas que hoy consumimos, productos hasta ese momento desconocidos en estos lugares. Lo primero que hicieron fue parcelar la tierra y actualizar los sistemas de conducción de agua, que tenían origen romano. El agua necesaria para regar esta huerta se obtenía del río Guadalaviar. De aquella época son los azudes que permiten a las sucesivas acequias que distribuyen el riego tomarla. Pronto, se hizo necesario constituir una asamblea de regantes. Los síndicos designados por ella son los encargados de vigilar el reparto del agua e imponer las penas por las faltas cometidas. La comarca se convirtió de este modo en la huerta fértil que hoy admiramos. El esfuerzo de aquellos hombres reportó una gran prosperidad y también una envidiada belleza a nuestra tierra. 

Alquería en la huerta de Alboraya (foto por PCA (c))
Nada más comenzar el siglo XI del calendario cristiano, mientras Córdoba era sacudida por la revolución contra los amiríes, Valencia ya contaba con más de 15.000 habitantes y se preparaba para vivir una época de gran esplendor. En 1011, se independizó del agonizante Califato y se convirtió en capital de una taifa. Sus primeros gobernantes, Mubarak y Mudaffar, fueron funcionarios de origen eslavo, miembros del partido amirí, que ostentaban funciones de inspección del riego de la huerta. La representatividad, dentro de la comunidad musulmana valenciana, que conllevaba su cargo les dio la autoridad y el respeto necesario para dirigir los destinos del reino durante algunos años.

Diez años después, Abd al-Aziz ibn Abi Amir, nieto de al-Mansur, fue nombrado rey de la taifa. Digno de recuerdo es este monarca por las grandes obras de mejora que acometió en la ciudad y la convirtió en una de las más reconocidas y loadas por los historiadores y poetas. Lo que aprendí de él me llenó de orgullo. Mandó erigir, a lo largo del perímetro del brazo meridional del río, unas sólidas murallas, rematadas por dignos torreones, que aún hoy, dos siglos después, son la envidia de muchas ciudades capitales. Siete puertas se abrían en ella para permitir el acceso desde los poblados arrabales. Fue el promotor de la construcción del primer puente de piedra sobre el río, resistente a avenidas y riadas, de un nuevo alcázar junto a la mezquita y el zoco, de la bella almunia que fue su residencia y la de todos los reyes posteriores. Con Abd al-Aziz, Valencia vivió los 40 años más prósperos desde la época romana imperial.

Muralla de Abd al-Aziz en Valencia (foto por PCA (c))
Al morir en 1061, su hijo Abd al-Malik heredó la taifa. Valencia mantuvo, durante esos años, una buena relación con las vecinas taifas de Zaragoza y Lérida, gobernadas por al-Muqtadir, de la dinastía hudí. Sin embargo, la boda de Abd al-Malik con una hija de al-Mamun, rey de Toledo, no impidió que éste, unos años más tarde, creyéndose con derechos suficientes sobre su yerno para someterlo, asaltara su reino. Una lucha de hermanos contra hermanos, que nos debilitó. A partir de aquel momento, Valencia quedó anexionada a la taifa de Toledo. Este estatus se mantuvo hasta 1075, cuando, al morir al-Mamun, le sucedió su nieto al-Qádir, según mi maestro, un jovenzuelo pusilánime y poco dotado para el gobierno. Valencia pudo recobrar su independencia con Abu Bark, otro hijo de Abd al-Azir, como monarca. Éste casó a su hija con al-Mu'taman, hijo de al-Muqtadir y ya rey de Zaragoza, lo que le permitía tener un poderoso aliado pero, a cambio, le obligaba a vasallaje.
Puerta de la Bisagra (Bab al-Saqra) de Toledo (foto por wikipedia)
Por su parte, los reinos cristianos también intentaban ganar poder. Alfonso VI de Castilla ambicionaba controlar los territorios fronterizos y vio su oportunidad cuando, tras varias revueltas, el rey musulmán de Badajoz tomó Toledo y se anexionó su taifa. La antigua capital visigoda era un bastión demasiado importante. Así pues, Alfonso VI acudió con tropas a la solicitud de ayuda de al-Qádir y reconquistó Toledo, pero no para devolver al régulo depuesto, sino que se reservó para sí este territorio. Una vez asegurada esta conquista, encomendó a su capitán Álvaro Háñez la misión de apoderarse de Valencia antes de que lo hiciera al-Mu'taman. En 1086, las tropas castellanas tomaron Valencia, entonces gobernada por Utman ibn Abu Bark, imponiendo a al-Qádir como nuevo monarca. Éste fue el fin de la dinastía amirí al frente del gobierno de nuestra tierra. Un final que muchas veces he lamentado.

sábado, 11 de enero de 2014

Córdoba, entre el cenit y el nadir (de 756 a 1031)

Nunca olvidaré las enseñanzas de mi maestro sobre la historia de nuestra patria. Gracias a él, aprendí cómo nació un gran estado musulmán en occidente y cómo grandes hombres, que Allah los haya recompensado con todo lo bueno, han luchado por mantenerlo vivo y hacerlo florecer.

Por él, conocí los nombres de los ocho emires que gobernaron en Córdoba a lo largo de más de 150 años. El primero de ellos, Abd Ar-Rahman ibn Mu'awiya ibn Hisham ibn Abd al-Malik, llamado por los cristianos Abderramán I, huyendo del exterminio que su pueblo omeya estaba sufriendo en Damasco por los abasíes, llegó a la península apenas 50 años después de la conquista. Siempre envidié su habilidad y también su autoridad con las que logró, a pesar de todas las dificultades, consolidar una al-Andalus bajo la bandera blanca de los omeyas. Fue capaz de imponer el equilibrio entre todas las fuerzas que se disputaban el control del territorio, árabes, bereberes y cristianas. Y, de esta forma, proclamó en Córdoba un emirato independiente, obteniendo la lealtad de todas las facciones rivales y manteniendo al mismo tiempo a raya a los enemigos enviados por el califa abasí de Bagdad.
Mezquita de Córdoba (foto por wikipedia)
A lo largo de los años, las disputas por el poder con árabes y bereberes fueron cada vez más sangrientas y las revueltas internas con mozárabes y muladíes, cada vez más frecuentes. Además, dos amenazas externas pusieron el emirato en una situación de extrema debilidad: por el norte, los reinos cristianos de León y Navarra, que empezaron a organizar campañas militares para la recuperación del territorio; por el sur, la fundación en el Magreb de un nuevo Califato fatimí de Túnez, independiente del de Bagdad, que amenazaba la independencia omeya conseguida con gran esfuerzo. Afortunadamente, Abd ar-Rahman ibn Muhammad (Abderramán III), el último de los emires, reaccionó proclamando, a finales del año 316 de la Hégira, el Califato. Se consiguió así alejar el fantasma de la sumisión a uno u otro poder y comenzó la época dorada de al-Andalus.

Recuerdo las palabras de mi maestro: "Con Abd ar-Rahman III, con su hijo Al-Hakam y más tarde con el poder de la familia amirí, Córdoba llegó a ser cuna de nuestra cultura, faro de nuestra civilización, perla de occidente y triunfo del poder de Allah. Fueron tan solo ochenta años, pero de ellos, mi amado Ahmad, tenemos que estar tremendamente orgullosos." Efectivamente, Córdoba se convirtió en un centro financiero, comercial y cultural de primer orden en todo el Occidente. Y, en aquel tiempo, una de las ciudades más pobladas del mundo conocido, con más de medio millón de habitantes. Su mezquita era la más grande, después de la de La Meca. Su biblioteca era la más nutrida de su tiempo, con casi un millón de volúmenes. Sus ciudades áulicas de Medina Azahara y Medina Azahira eran la envidia de su tiempo.

Puerta del primer ministro, Medina Azahara (foto por wikipedia)
La muerte de Al-Hakam trajo consigo un cambio político sustancial. Su hijo, Hisham II, tenía apenas 11 años y varias facciones cercanas al poder se disputaron la regencia. Fue entonces cuando apareció en la Historia la figura de Abu Amir Muhammad ben Abi Amir al-Maafirí, llamado al-Mansur bi-llah (Almanzor para los cristianos), quien ya se había abierto camino en la corte con diversos cargos de confianza, destacando por su falta de escrúpulos para conseguir sus propósitos, y gozaba de una gran influencia. Sin ningún reparo, eliminó los obstáculos para que, en Safar del año 366, Hisham II tomara posesión como tercer Califa de Córdoba. Y así, al-Mansur, primero como visir y más tarde como hayib, inauguró una nueva etapa, en la que el gobierno del estado estaba en sus manos y el califa apenas mantenía una función representativa. Con determinación, controló las distintas familias y tribus opositoras del régimen, alimentó las arcas del estado con el oro obtenido en sus campañas del Magreb y encabezó su propia yihad contra los reinos cristianos. Sus victorias en las razias de Zamora, Barcelona, Coímbra, Santiago de Compostela y Pamplona permitieron ampliar la frontera del estado hacia el norte.

Hoy leo en las crónicas que al-Mansur fue un alcohólico, un conspirador, un demagogo, un déspota y un asesino. En esos mismos papeles, se califica su gobierno como una dictadura cruel y opresora que llevó al Califato a la ruina. Quizá nada de eso sea falso. Pero, qué caudillo no utiliza los recursos que tiene en su mano para afianzar su liderazgo; qué batallas pueden ganarse al enemigo sin aplicar la fuerza necesaria; qué victoria no se celebra con jarana y algazara. A pesar de todos sus defectos, no debemos olvidar sus éxitos y sus victorias. Porque los réditos que su esfuerzo dieron a la patria sirvieron para que al-Andalus, en su época, viviera su cenit. Sin embargo, como siempre me recordó mi maestro, la historia es escrita por los vencedores, cuyas manos moldean la imagen que queda para la posteridad de todos los grandes hombres y mujeres que han existido. Y nosotros ya hemos sido derrotados.

Córdoba, puente romano y mezquita (foto por wikipedia)
Tras la muerte de al-Mansur, sus dos hijos mantuvieron durante unos años el gobierno, pero no la estabilidad que necesitaba el Califato. El poder de los amiríes se iba debilitando, hasta que llegó su fin. Los hijos de al-Mansur murieron asesinados con un año de diferencia e Hisham II fue derrocado. El golpe de estado, urdido por los propios omeyas, pretendía imponer un califa y un gobierno más fuertes. Pero la consecuencia de aquello fue la fitna, que debilitó cada vez más la unidad del estado. Efectivamente, durante los 22 años de guerra civil, al-Andalus se fragmentó en multitud de reinos, hasta que el Califato omeya de Córdoba se disolvió definitivamente en el año 422 de la Hégira.

‎Han pasado dos siglos de aquello. Fernando de Castilla ya ha tomado Córdoba y Jaime de Aragón ha entrado en Valencia. Sus tropas avanzan hacia el sur, ocupando cada vez mayor territorio. Ni los almorávides ni los almohades, que sucesivamente llegaron desde el Magreb, han sido capaces durante este tiempo de devolvernos la relevancia ni el poder de antaño, a pesar de su gran fe religiosa, rayana en el fundamentalismo, y su dura experiencia militar; y los reinos cristianos han aprovechado nuestra gran debilidad. La religión de Allah está siendo derrotada y sometida. Al parecer, muy pronto toda la península será cristiana.