sábado, 28 de diciembre de 2013

Tariq y Musa conquistan al-Andalus (711 a 714 d.C.)

En ocasiones anteriores, mi querido Ahmad, te he contado historias de nuestra ciudad: su fundación por militares ítalos, su destrucción por Pompeyo, su refundación en la época imperial, y su transformación en sede episcopal bajo el dominio cristiano. Hoy, te contaré cómo fue conquistada por los Omeyas para nuestra fe, comenzando así su época de mayor esplendor. 

Estaba Valencia gobernada por Agrescio, cuando es sitiada por las tropas de Tariq ibn Ziyad. Aquello sería apenas dos o tres años después del comienzo de la llegada de nuestras tropas a al-Andalus. El monarca visigodo Rodrigo había sido derrotado y casi toda la península estaba ya en poder del islam.

Sí, así fue. Los omeyas, en su plan de ampliar su califato por los territorios del extinto Imperio Romano, y tras ocupar Ifriqiya y el Magreb, habían planeado ya desde hacía algún tiempo la conquista de la península Ibérica. Dando cumplimiento a ese plan, comienzaron a enviar tropas a al-Andalus a través del mar, el mes de Ramadán del año 92 de la Hégira, aprovechando el momento vulnerable que vivía el reino visigodo, debilitado por las intrigas y luchas intestinas por el poder. Al mando del gran general bereber Tariq, muchos barcos llegaron a Algeciras con un gran número de soldados árabes y bereberes a bordo. El rey Rodrigo, alarmado por las noticias que le llegaban, se desplazó en persona a detener aquella invasión pero, cuando llegó frente al campamento de Tariq, éste ya contaba con más de 12.000 hombres. Con ellos, estaba Julián, conde visigodo de Ceuta, y sus tropas. Su interés en deponer a Rodrigo le llevó a aliarse con los nuestros, a pesar profesar el cristianismo. 
Estrecho de Gibraltar (foto por wikipedia)
El encuentro definitivo entre ambos bandos tuvo lugar a orillas del río Guadalete, en la región de Sidonia, el 5 de Shawwal. Aquel glorioso día, Rodrigo fue muerto y su ejército derrotado. Esta hazaña supuso el fin de trescientos años de dominio visigodo en al-Andalus y el principio de la conquista de la península para nuestra religión. Tariq se lanzó hacia el norte, casi sin resistencia. Medina Sidonia, Carmona y Córdoba fueron ocupadas fácilmente, sin apenas encontrar oposición. Mientras tanto, Musa ibn Nusayr, gobernador de Ifriqiya, cruzó el estrecho con 18.000 hombres más. Con este importante refuerzo, tomaron Cádiz, Sevilla y Mérida, avazaron rápidamente por la calzada de la Plata, ganando más pueblos, y llegaron a Astorga. Mientras tanto, Tariq conquistó Toledo, la capital del antiguo reino cristiano. Apenas habían transcurrido cinco meses de su desembarco. Ya no quedaba esperanza para el cristianismo, que, a partir de entonces, buscó refugio en las regiones del norte peninsular.

Así pues, tras darse una vuelta por las tierras de Pamplona, Zaragoza y Tarragona, en el año 95 de la Hégira, las tropas de Tariq llegan ante las murallas de Valencia y ponen sitio a esta ciudad. En uno de los asaltos, se incencia el almacén de grano, poco protegido, situado equivocadamente muy cerca de la muralla norte. Sin acceso al alimento y tampoco al agua del río, el pueblo padece necesidad y Agrescio capitula. 


Valentia visigoda, conquistada por Tariq (según Albert Vicent Ribera Lacomba)
Tariq es benigno con los valencianos: les permite residir en sus casas, seguir con sus costumbres y profesar su propia religión, a cambio de aceptar la autoridad musulmana del nuevo gobernador, Abulcacer al Hudzali, y de pagarle los tributos. Se construyen el alcázar, varias mezquitas y el zoco. Comienza así una época de esplendor de Valencia, que dura hasta el 486 de la Hégira (el 1094 de la era cristiana), año en el que el Cid Campeador entra en la ciudad. 

¿Qué pasa durante esos casi 400 años? No es sencillo de contar. Se trata de una época turbulenta y maravillosa a la vez. Grandes líderes nos defenderán y mezquinos cobardes nos traicionarán. Pero, por hoy, mi amado Ahmad, ya es suficiente: estoy muy cansado. Sé paciente. Pronto te contaré el resto de la historia.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Valentia visigoda, en el siglo VI

Raya el alba por el este. El cielo negro y añil comienza a verdear, antes de permitir la aparición por el horizonte de los primeros tonos anaranjados. En el ‎centro de la ciudad de Valencia, ‎el gran forum columnado permanece aún en penumbra, pero los nuevos edificios del recinto episcopal colindante, más altos, empiezan a recibir la luz naciente del día. Por las ventanas del muro oriental de uno de estos edificios, el palacio episcopal, se cuelan ya las primeras luces del día. Suenan seis toques cadenciosos en las campanas de la cercana catedral, cuando un monje joven llama suavemente a la sólida puerta de madera del dormitorio principal, con una escudilla de leche en la mano.‎

- Suplico me perdone. ¿Está Su Ilustrísima despierto? ¿Puedo pasar?
- Adelante, Vicentius, adelante. No dormía. Últimamente no puedo dormir mucho. Hoy me he despertado al sonar la cuarta campanada y desde entonces mi mente no ha parado de pasar de un pensamiento a otro.
- ¿Como se encuentra hoy? Como Su Ilustrísima no me ha llamado, comprendo que esta noche no ha sufrido los ahogos de los pasados días.
- Me ahogo, Vicentius, claro que me ahogo, si no mantengo mi cabeza incorporada. Son 50 años ya que por la gracia de Dios estoy en este mundo; y sé que muy pronto he de ir a contemplar Su rostro y a rendirle cuentas de mis pecados. Quizá la próxima noche sea la última. Quizá la siguiente. Por eso, es importante que ultime ciertos asuntos...‎
- Su Ilustrísima no debe decir esas cosas. No ha de morir antes de ver terminadas las obras de ampliación de la catedral, o al menos antes de consagrar su nuevo mausoleo.‎‎

Mausoleo-cripta de la época visigoda junto a la catedral de Valencia (foto por PCA (c))
Desde su refundación, Valencia no ha cambiado mucho, recogida dentro de los límites del perímetro formado por las murallas romanas, salvo en la zona del centro de la ciudad. Dos siglos atrás, el diácono Vicente de Zaragoza estuvo apresado muy cerca de su forum, donde sufrió martirio y muerte. Este histórico acontecimiento, ordenado por el prefecto Daciano en el marco de la persecución a los cristianos ideada por el emperador Diocleciano, tuvo un efecto contrario al pretendido y la fe cristiana enraizó con mayor fuerza entre los habitantes de la ciudad. La prisión y demás lugares martiriales se convirtieron pronto en lugar de culto, junto a los cuales se erigieron la catedral y otros edificios eclesiásticos. Hoy, el complejo episcopal está siendo ampliado sobre parte del cardo maximus, con la construcción, anejos a la catedral, de un baptisterio y una nueva capilla. Ya ha amanecido y empieza a escucharse desde el dormitorio del obispo el tránsito de caballerías que llega por esta principal calle y que ahora debe rodear el nuevo muro perimetral del recinto por las callejas adyacentes.

- Sí, Vicentius. He de morir, como todas las criaturas del Señor. ¡Y no! ¡No es mi mausoleo! La capilla funeraria que ordené construir junto a la catedral, lo sabes muy bien, no es para mí, si no para albergar los restos de nuestro Santo Mártir.
- Tiene razón Su Ilustrísima. Mi devoción por Vicentius de Caesaraugusta es también muy profunda, al igual que la de mi madre, quien eligió su nombre para mi bautismo. Pero no puede negarse que, gracias a Su Ilustrísima y a Dios nuestro Señor, dentro de poco las reliquias del Santo tendrán un lugar digno intramuros donde descansar. Y los fieles ya no tendrán que llegarse hasta la Roqueta para orar sobre su sepulcro.‎
Altar visigótico en el Centro Arqueológico de L'Almoina (foto por PCA (c))
- Así es, discípulo mío. Exactamente esta es la idea. Este nuevo mausoleo es para que el cuerpo del diácono Vicentius descanse por fin cerca de los Santos Lugares donde sufrió martirio y muerte por la fe de todos nosotros pecadores. Es mi deseo que las reliquias sean trasladadas desde La Roqueta al nuevo lugar nada más acaben las obras. Pero no dejaré el monasterio totalmente despojado. Recuerda que yo mismo fui su abad hace muchos años y entre aquellos muros crecí en la fe. Tengo intención de legarle todos los dineros que he conseguido recoger durante mi episcopado. Deseo que con ellos se erija en aquel lugar un gran cenotafio, para que lo encuentren los peregrinos que lleguen por la Vía Augusta y no pasen de largo ante el lugar donde estuvo sepultado desde que fue hallado el cuerpo del Santo. Pero es preciso dejar todo esto por escrito. Corren tiempos confusos y auguro cambios importantes. El rey Teudis acaba de morir y la tensión entre ostrogodos y bizantinos por la sucesión del reino aumenta. Mis deseos deben respetarse, pase lo que pase, y sea quien sea mi sucesor en el obispado de Valentia. ‎¡Pero, basta ya de cháchara! Siéntate y coge la pluma. Tienes que ayudarme a dejar listos estos los preparativos.
-¿No quiere Su Ilustrísima desayunarse primero? La leche está recién ordeñada y el pan ya debe estar...
-De acuerdo, dame la escudilla, ¡pero ve!

El joven Vicentius, sentado ante una rica escribanía de nogal, escucha atento y transcribe cuidadoso las palabras que su obispo, sentado en su cama, va dictando lentamente: "En la ciudad de Valentia, archidiócesis de Toletum, en el año del Señor de 548. Yo, Justinianus obispo, en el vigésimo año de mi episcopado, es mi voluntad..."