jueves, 12 de diciembre de 2013

Valentia visigoda, en el siglo VI

Raya el alba por el este. El cielo negro y añil comienza a verdear, antes de permitir la aparición por el horizonte de los primeros tonos anaranjados. En el ‎centro de la ciudad de Valencia, ‎el gran forum columnado permanece aún en penumbra, pero los nuevos edificios del recinto episcopal colindante, más altos, empiezan a recibir la luz naciente del día. Por las ventanas del muro oriental de uno de estos edificios, el palacio episcopal, se cuelan ya las primeras luces del día. Suenan seis toques cadenciosos en las campanas de la cercana catedral, cuando un monje joven llama suavemente a la sólida puerta de madera del dormitorio principal, con una escudilla de leche en la mano.‎

- Suplico me perdone. ¿Está Su Ilustrísima despierto? ¿Puedo pasar?
- Adelante, Vicentius, adelante. No dormía. Últimamente no puedo dormir mucho. Hoy me he despertado al sonar la cuarta campanada y desde entonces mi mente no ha parado de pasar de un pensamiento a otro.
- ¿Como se encuentra hoy? Como Su Ilustrísima no me ha llamado, comprendo que esta noche no ha sufrido los ahogos de los pasados días.
- Me ahogo, Vicentius, claro que me ahogo, si no mantengo mi cabeza incorporada. Son 50 años ya que por la gracia de Dios estoy en este mundo; y sé que muy pronto he de ir a contemplar Su rostro y a rendirle cuentas de mis pecados. Quizá la próxima noche sea la última. Quizá la siguiente. Por eso, es importante que ultime ciertos asuntos...‎
- Su Ilustrísima no debe decir esas cosas. No ha de morir antes de ver terminadas las obras de ampliación de la catedral, o al menos antes de consagrar su nuevo mausoleo.‎‎

Mausoleo-cripta de la época visigoda junto a la catedral de Valencia (foto por PCA (c))
Desde su refundación, Valencia no ha cambiado mucho, recogida dentro de los límites del perímetro formado por las murallas romanas, salvo en la zona del centro de la ciudad. Dos siglos atrás, el diácono Vicente de Zaragoza estuvo apresado muy cerca de su forum, donde sufrió martirio y muerte. Este histórico acontecimiento, ordenado por el prefecto Daciano en el marco de la persecución a los cristianos ideada por el emperador Diocleciano, tuvo un efecto contrario al pretendido y la fe cristiana enraizó con mayor fuerza entre los habitantes de la ciudad. La prisión y demás lugares martiriales se convirtieron pronto en lugar de culto, junto a los cuales se erigieron la catedral y otros edificios eclesiásticos. Hoy, el complejo episcopal está siendo ampliado sobre parte del cardo maximus, con la construcción, anejos a la catedral, de un baptisterio y una nueva capilla. Ya ha amanecido y empieza a escucharse desde el dormitorio del obispo el tránsito de caballerías que llega por esta principal calle y que ahora debe rodear el nuevo muro perimetral del recinto por las callejas adyacentes.

- Sí, Vicentius. He de morir, como todas las criaturas del Señor. ¡Y no! ¡No es mi mausoleo! La capilla funeraria que ordené construir junto a la catedral, lo sabes muy bien, no es para mí, si no para albergar los restos de nuestro Santo Mártir.
- Tiene razón Su Ilustrísima. Mi devoción por Vicentius de Caesaraugusta es también muy profunda, al igual que la de mi madre, quien eligió su nombre para mi bautismo. Pero no puede negarse que, gracias a Su Ilustrísima y a Dios nuestro Señor, dentro de poco las reliquias del Santo tendrán un lugar digno intramuros donde descansar. Y los fieles ya no tendrán que llegarse hasta la Roqueta para orar sobre su sepulcro.‎
Altar visigótico en el Centro Arqueológico de L'Almoina (foto por PCA (c))
- Así es, discípulo mío. Exactamente esta es la idea. Este nuevo mausoleo es para que el cuerpo del diácono Vicentius descanse por fin cerca de los Santos Lugares donde sufrió martirio y muerte por la fe de todos nosotros pecadores. Es mi deseo que las reliquias sean trasladadas desde La Roqueta al nuevo lugar nada más acaben las obras. Pero no dejaré el monasterio totalmente despojado. Recuerda que yo mismo fui su abad hace muchos años y entre aquellos muros crecí en la fe. Tengo intención de legarle todos los dineros que he conseguido recoger durante mi episcopado. Deseo que con ellos se erija en aquel lugar un gran cenotafio, para que lo encuentren los peregrinos que lleguen por la Vía Augusta y no pasen de largo ante el lugar donde estuvo sepultado desde que fue hallado el cuerpo del Santo. Pero es preciso dejar todo esto por escrito. Corren tiempos confusos y auguro cambios importantes. El rey Teudis acaba de morir y la tensión entre ostrogodos y bizantinos por la sucesión del reino aumenta. Mis deseos deben respetarse, pase lo que pase, y sea quien sea mi sucesor en el obispado de Valentia. ‎¡Pero, basta ya de cháchara! Siéntate y coge la pluma. Tienes que ayudarme a dejar listos estos los preparativos.
-¿No quiere Su Ilustrísima desayunarse primero? La leche está recién ordeñada y el pan ya debe estar...
-De acuerdo, dame la escudilla, ¡pero ve!

El joven Vicentius, sentado ante una rica escribanía de nogal, escucha atento y transcribe cuidadoso las palabras que su obispo, sentado en su cama, va dictando lentamente: "En la ciudad de Valentia, archidiócesis de Toletum, en el año del Señor de 548. Yo, Justinianus obispo, en el vigésimo año de mi episcopado, es mi voluntad..."

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