Raya el alba por el este. El cielo
negro y añil comienza a verdear, antes de permitir la aparición por
el horizonte de los primeros tonos anaranjados. En el centro de la
ciudad de Valencia, el gran forum columnado permanece aún en
penumbra, pero los nuevos edificios del recinto episcopal colindante,
más altos, empiezan a recibir la luz naciente del día. Por las
ventanas del muro oriental de uno de estos edificios, el palacio
episcopal, se cuelan ya las primeras luces del día. Suenan seis
toques cadenciosos en las campanas de la cercana catedral, cuando un
monje joven llama suavemente a la sólida puerta de madera del
dormitorio principal, con una escudilla de leche en la mano.
- Suplico me perdone. ¿Está Su
Ilustrísima despierto? ¿Puedo pasar?
- Adelante, Vicentius, adelante. No
dormía. Últimamente no puedo dormir mucho. Hoy me he despertado al
sonar la cuarta campanada y desde entonces mi mente no ha parado de
pasar de un pensamiento a otro.
- ¿Como se encuentra hoy? Como Su
Ilustrísima no me ha llamado, comprendo que esta noche no ha sufrido
los ahogos de los pasados días.
- Me ahogo, Vicentius, claro que me
ahogo, si no mantengo mi cabeza incorporada. Son 50 años ya que por
la gracia de Dios estoy en este mundo; y sé que muy pronto he de ir
a contemplar Su rostro y a rendirle cuentas de mis pecados. Quizá la
próxima noche sea la última. Quizá la siguiente. Por eso, es
importante que ultime ciertos asuntos...
- Su Ilustrísima no debe decir esas
cosas. No ha de morir antes de ver terminadas las obras de ampliación
de la catedral, o al menos antes de consagrar su nuevo mausoleo.
Mausoleo-cripta de la época visigoda junto a la catedral de Valencia (foto por PCA (c)) |
- Sí, Vicentius. He de morir, como todas las criaturas del Señor. ¡Y no! ¡No es mi mausoleo! La capilla funeraria que ordené construir junto a la catedral, lo sabes muy bien, no es para mí, si no para albergar los restos de nuestro Santo Mártir.
- Tiene razón Su Ilustrísima. Mi devoción por Vicentius de Caesaraugusta es también muy profunda, al igual que la de mi madre, quien eligió su nombre para mi bautismo. Pero no puede negarse que, gracias a Su Ilustrísima y a Dios nuestro Señor, dentro de poco las reliquias del Santo tendrán un lugar digno intramuros donde descansar. Y los fieles ya no tendrán que llegarse hasta la Roqueta para orar sobre su sepulcro.
Altar visigótico en el Centro Arqueológico de L'Almoina (foto por PCA (c)) |
-¿No quiere Su Ilustrísima
desayunarse primero? La leche está recién ordeñada y el pan ya
debe estar...
-De acuerdo, dame la escudilla, ¡pero
ve!
El joven Vicentius, sentado ante una
rica escribanía de nogal, escucha atento y transcribe cuidadoso las palabras que su
obispo, sentado en su cama, va dictando lentamente: "En la
ciudad de Valentia, archidiócesis de Toletum, en el año del Señor
de 548. Yo, Justinianus obispo, en el vigésimo año de
mi episcopado, es mi voluntad..."
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