sábado, 22 de febrero de 2014

El Señorío del Cid

Durante las últimas décadas del siglo XI, continuaron las tensiones entre las diferentes fuerzas que intentaban dominar una al-Andalus dividida.  Los diferentes estados de la península, tanto musulmanes como cristianos, buscaban el predominio en la región y la protección frente a las amenazas exteriores. Así, entre los herederos de las diferentes taifas comenzaron a celebrarse matrimonios de conveniencia, lo cual, en teoría, equivalía a una coalición de ayuda mutua, no siempre respetada en la práctica. Por su parte, los reinos cristianos de León, Castilla y Aragón intentaron controlar el mayor número de territorios fronterizos mediante pactos, en los que ofrecían su protección contra posibles invasiones a cambio de parias, que al mismo tiempo ahogaban las finanzas de las taifasFue una etapa de intrigas, alianzas y traiciones. Mantener el equilibrio que todos pretendían fue difícil; y en varias ocasiones se rompió.

La conquista de Toledo por Alfonso VI de Castilla, en mayo de 1085, decidió a los régulos musulmanes de Sevilla, Granada, Badajoz y Almería a solicitar la ayuda de los almorávides. Éstos nómadas, que ya tenían el dominio de todo el Magreb hasta Mauritania, respondieron a la llamada y enviaron sus tropas a través del estrecho, que desembarcaron en Algeciras en el verano de 1086, al mando del general bereber Yusuf ibn Tasufin. Al llegar, encontraron una población musulmana que había abandonado la mayoría de los preceptos religiosos y unos gobernantes sometidos a vasallaje bajo la aparente protección de las tropas cristianas. Este panorama les animó a ocupar las taifas del sur, con el fin de restaurar en ellas las doctrinas ortodoxas del islam. Al mismo tiempo, rompieron relaciones con los reinos cristianos, neutralizando temporalmente su avance, y afianzaron las fronteras. Como consecuencia, aquellos que vinieron en auxilio de los territorios musulmanes fueron finalmente sus conquistadores. El sur fue un territorio almorávide en expansión.

Palacio de la Aljafería de Zaragoza, residencia de al-Muqtadir
y sus descendientes hudíes (foto por PCA (c))
Sin embargo, la amenaza para Valencia llegó desde el norte, del hudí al-Mundzir, otro hijo de al-Muqtadir y por tanto hermano de al-Mu'taman, por entonces rey de las taifas de Lérida, Tortosa y DeniaEn 1087, ayudado por el conde Ramón Berenguer II de Barcelona, al-Mundzir atacó Valencia, que aún estaba gobernada por al-Qádir. Este régulo incauto y cobarde, sin saber cómo defenderse, probó a pedir ayuda a al-Musta'in, hijo de un antiguo aliado: al-Mu'taman. Este nuevo rey de Zaragoza no tuvo reparos en responder a la llamada y envió a luchar contra su propio tío a un caballero castellano llamado Rodrigo Díaz de Vivar, que se encontraba a su servicio desde hacía algunos años, tras haber sido desterrado por el rey de Castilla. Rodrigo, más tarde conocido como Cid, ejercía de mercenario alquilando su ejército al mejor postor, sin importar la religión que profesara. Enseguida, vio en esta misión una oportunidad de poner nuevos territorios bajo su influencia y ofreció protección a al-Qádir a cambio del derecho a recaudar tributos. Al aceptar esta oferta, al-Qádir no supo calcular bien las consecuencias.

Los hombres del Cid vencieron a al-Mundzir y a Ramón Berenguer en esta y en otras batallas posteriores. Después, impusieron por la fuerza a estos régulos, tanto los vencidos como los amparados, la sumisión y el cobro de parias. Esto permitió al de Vivar tener bajo su dominio el gran territorio formado por las taifas de Zaragoza, Lérida, Tortosa, Albarracín, Alpuente, Valencia y Denia; y vivir holgadamente con sus rentas.

Alpuente, cabeza de una taifa (foto por PCA))
Mientras tanto, en Valencia, comenzó a vivirse un momento crítico. Instigada por el cadí Yafar ibn Abd Allah ibn Yahhaf, la problación inició durante el verano de 1092 una revuelta con la intención de derrocar al decadente al-Qádir, cansada de la vida regalada que éste disfrutaba a costa de sus súbditos. Para ello, solicitaron la ayuda de los almorávides. Mientras el Cid se encontraba guerreando contra Castilla en el norte, los rebeldes tomaron el alcázar, asesinaron a al-Qádir y proclamaron al cadí como nuevo rey. Esto obligó al Cid a regresar, pero encontró cerradas las puertas de la ciudad. Tras sitiarla durante casi un año, Yafar aceptó las condiciones de rendición del Cid, y éste levantó el asedio. Pero nuevas revueltas le hicieron reconsiderar la tregua y volvió a estrechar el sitio. Otra vez, entre los valencianos se extendió el hambre y, muy pronto, también la peste. Se vendían las ratas a precio de carnero y los cueros cocidos a precio de tocino. Por una onza de chufa silvestre algunos llegaron a matar. La necesidad empujó a otros al canibalismo. Los que huyeron saltando la muralla eran capturados y las tropas del Cid los vendían como esclavos o los decapitaban. En total, la ciudad soportó ¡20 meses! de cerco asfixiante, durante los cuales ni Zaragoza ni los almorávides llegaron en su ayuda. 

¡Cuánto he llorado, escuchando a mi maestro narrar estas atrocidades! Aquello nunca debiera olvidarse. Por eso, lo transcribo tal y como me lo contaron tantas veces; con la esperanza de que mis descendientes lo transmitan a su vez también a los suyos; para que nunca se olvide el sufrimiento y la tortura infligida a nuestros antepasados, únicamente por defender sus casas, sus tierras y sus familias.

En junio de 1094, Valencia, finalmente, capituló. Cuando el Cid entró en la ciudad rendida, la mitad de la población había perecido. Pero Rodrigo, por fin, tenía su propio territorio. Se nombró a sí mismo "Príncipe de Valencia" y ocupó la almunia junto con su mujer Jimena y sus hijos. 

Castillo de Serra (foto por PCA (c))
Mientras duró el sitio del Cid, los almorávides no aparecieron, a pesar de las continuas llamadas de socorro enviadas por el cadí. Más bien, esperaron otro momento más propicio. Fue después de caer Valencia, en septiembre de ese mismo año, cuando el general Abd Abdalá Muhammad ibn Tasufin, sobrino de Yusuf ibn Tasufin, se lanzó a su recuperación y puso a su vez cerco a la ciudad. Pensó que la debilidad de los valencianos sería una aliada. No contaba, sin embargo, con la destreza de los hombres del Cid, quienes salieron de las murallas hacia el Llano de Quart, donde tenían el campamento los invasores, y les derrotaron utilizando la táctica árabe de la tornafuye que bien habían aprendido en Zaragoza, cogiendo a los africanos entre dos fuegos. Seguidamente, al reconocer la simpatía pro-almorávide que demostraron los valencianos, el Cid se volvió contra ellos a sangre y fuego. Asesinó a gran parte de su población, entre ellos al cadí Yafar y otros miembros ilustres de la comunidad musulmana. No quedó de sus viviendas piedra sobre piedra y toda la belleza de sus calles y de sus patios fue borrada por las llamas. Pronto, el Cid conquistó también Serra, Olocau, Gandía, Almenara, Sagunto y otros castillos vecinos. Y así, un caballero sin tierra, un simple vasallo, se convirtió en rey de su propio reino. 


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