Después de Valencia, se recuperaron las taifas de Albarracín y Zaragoza. Volvió, pues, el culto del Islam a las mezquitas. Mallorca fue la última de al-Andalus en pasar a manos almorávides, ya en 1116, debido a su situación isleña. Pero los reinos cristianos no se quedaron impasibles ante los hechos que se estaban desarrollando. Sabían que, entre el grueso de la población musulmana, pervivía un sentimiento anti-almorávide. La sensación de estar cautivos por sus propios salvadores estaba, sobre todo, causada por la severa represión religiosa y por la elevada presión fiscal que soportaban. Así pues, apoyado desde dentro por los propios oriundos, Alfonso I de Aragón reconquistó para el cristianismo Zaragoza, Daroca y Calatayud, entre 1118 y 1122.
Castillo de Daroca (foto por PCA (c)) |
Al mismo tiempo, una nueva oleada de africanos llegó desde el Magreb: los almohades. A pesar de que fueron recibidos con hostilidad tanto por los cristianos como también por los musulmanes, escarmentados éstos de su experiencia anterior con los almorávides, lograron ocupar una gran parte del territorio de al-Andalus. Pero el Rey Lobo era un soberbio general y los mantuvo a raya; los asedios a las ciudades por él gobernadas no tuvieron éxito. Solamente después de su muerte, en 1172, cayeron Murcia y Valencia bajo el poder del califa almohade. Sometidos a éste, Valencia tuvo varios gobernadores durante los años siguientes, que emprendieron diversas obras de refuerzo en sus murallas para mejorar las defensas.
Torre defensiva de la época almohade en la muralla musulmana de Valencia, en la plaza del Tossal (foto de PCA (c)) |
La hambruna, que sufría todo el territorio como consecuencia de un largo periodo de sequías, se agudizó durante la siguiente década y afectó seriamente a la población. A esto, se sumó en 1224 el acontecimiento de la muerte del califa almohade Yusuf II, que desencadenó una lucha dinástica y, en consecuencia, la inseguridad política en todo el Magreb y también en al-Andalus. La situación estaba al rojo vivo y fue aprovechada por los
gobernadores locales para erigirse en reyes de sus territorios. De ellos,
destacó Abu Abdellah ibn Yusuf ibn Hud al-Yudhami, un hudí de Zaragoza que en
1228 se autoproclamó emir de todos los musulmanes y sometió, por la fuerza y en poco
tiempo, un vasto territorio formado por las taifas de Murcia, Córdoba, Sevilla, Málaga y
Almería, además de las tierras de Valencia al sur del Júcar. Quedó al margen la parte de Valencia comprendida entre los ríos Senia y Júcar, fiel a
su gobernador Zayd Abu Zayd. También mantuvieron su independencia algunos territorios alrededor de Jaén y Granada (Arjona, Guadix y Baza, entre otros).
Pero este statu quo (como dicen los cristianos) no se mantuvo durante mucho tiempo. En Valencia, Abu Zayd es desalojado de su cargo un año después por un enemigo suyo, Zayyan ibn Mardanix de Onda, acusándole de traición por haber hecho pactos con Aragón. Más tarde, en 1236, ante la presión castellana, ibn Hud rinde Córdoba a Fernando III y se
declara vasallo suyo, abonándole parias. Los propios gobernadores del emir,
hartos ya de su caótica política de alianzas con los cristianos, urden un plan
para prenderlo y ejecutarlo como traidor, que tiene éxito dos años después. Mientras Jaime I de Aragón, desde su campamento de Ruzafa, dirige el sitio contra Valencia, Muhammad ibn Yusuf ibn Nasr, sultán de Arjona, toma Almería, Málaga y Granada y se proclama rey de los musulmanes, estableciendo su corte en esta última ciudad. Desde el 16 de julio de 1238, él es Muhammad
I de Granada, más conocido como al-Ahmar por el color rojo de su estandarte
y también por el de su cuidada barba.
Onda y su castillo árabe (foto por PCA (c)) |
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