sábado, 1 de marzo de 2014

Una taifa en disputa (1099-1238)

Cinco años gobernó el Cid en Valencia, manteniendo a raya tanto a almorávides como a cristianos, hasta su muerte. Su viuda Jimena apenas conservó el territorio tres años más, con la ayuda del conde de Barcelona. En 1102, cediendo a la presión del invasor almorávide, abandonó la ciudad tras arrasarla por completo. Durante mucho tiempo me preguntaba: ¿quién es capaz de quemar la tierra que gobierna? Más tarde encontré evidente la respuesta: quien no aportó nada a su prosperidad, quien nunca la amó, quien siempre sintió desprecio por sus súbditos. Una hermosa ciudad fue calcinada y empobrecida, pero a cambio quedó por fin libre del yugo del Cid y su familia. 

Después de Valencia, se recuperaron las taifas de Albarracín y Zaragoza. Volvió, pues, el culto del Islam a las mezquitas. Mallorca fue la última de al-Andalus en pasar a manos almorávides, ya en 1116, debido a su situación isleña. Pero los reinos cristianos no se quedaron impasibles ante los hechos que se estaban desarrollando. Sabían que, entre el grueso de la población musulmana, pervivía un sentimiento anti-almorávide. La sensación de estar cautivos por sus propios salvadores estaba, sobre todo, causada por la severa represión religiosa y por la elevada presión fiscal que soportaban. Así pues, apoyado desde dentro por los propios oriundos, Alfonso I de Aragón reconquistó para el cristianismo Zaragoza, Daroca y Calatayud, entre 1118 y 1122.


Castillo de Daroca (foto por PCA (c))
Durante las siguientes décadas, el odio a los almorávides fue en aumento entre la población, especialmente instigada por destacados miembros de la aristocracia musulmana que habían perdido el poder en su propio territorio. Mientras tanto, las campañas militares de los cristianos por las taifas meridionales confirmó la debilidad del ejército almorávide. Y, finalmente, en 1145, la rebelión estalló en Valencia. Tras varios intentos infructuosos de gobernar de forma estable la región por parte de capitanes y cadíes locales, un muladí de Peñíscola, de nombre Muhammad ibn Mardanix, se hizo con el poder. Al mando de un potente ejército, consiguió, durante los años siguientes, dominar un gran territorio que incluyó, entre otras, las taifas de Valencia, Murcia (donde estableció su capital), Albacete, Jaén y Granada. Fue conocido en toda la península por su sobrenombre de Rey Lobo.

Al mismo tiempo, una nueva oleada de africanos llegó desde el Magreb: los almohades. A pesar de que fueron recibidos con hostilidad tanto por los cristianos como también por los musulmanes, escarmentados éstos de su experiencia anterior con los almorávides, lograron ocupar una gran parte del territorio de al-Andalus. Pero el Rey Lobo era un soberbio general y los mantuvo a raya; los asedios a las ciudades por él gobernadas no tuvieron éxito. Solamente después de su muerte, en 1172, cayeron Murcia y Valencia bajo el poder del califa almohade. Sometidos a éste, Valencia tuvo varios gobernadores durante los años siguientes, que emprendieron diversas obras de refuerzo en sus murallas para mejorar las defensas.


Torre defensiva de la época almohade en la muralla musulmana de Valencia,
en la plaza del Tossal (foto de PCA (c))
Los reinos cristianos cambiaron el modelo de dominio sobre las taifas que habían mantenido hasta ese momento. Ya no quisieron conformarse con el cobro de parias, dejaron de permanecer como espectadores mientras los musulmanes luchaban entre ellos y otorgaron mayor valor al gobierno directo sobre los territorios. Por todo ello, adoptaron una actitud más belicosa, dando algunos pasos. Por un lado, Alfonso VIII de Castilla ocupó Cuenca y consolidó su dominio sobre la Meseta. Por su parte, Alfonso II de Aragón, llamado "El Casto", conquistó Teruel e intentó varios asedios sobre Valencia y otras ciudades. Ambos monarcas planificaron sus respectivos avances hacia el sur y pactaron el reparto entre las dos Coronas de las tierras aún no conquistadas, mucho antes de tomarlas. El califa almohade Muhammand an-Nasir, viendo cómo la presión de los reinos cristianos iba en aumento, ganando cada vez más terreno, se decidió a cruzar el estrecho con 20.000 hombres, con el objetivo de asegurar la frontera y recuperar los territorios perdidos. A su llegada a la península, se encontró con una alianza entre los reinos de Castilla, Portugal, Navarra y Aragón en plena cruzada contra el Islam. Confiando en su gran superioridad numérica, el ejército almohade se enfrentó al cristiano en la batalla de al-Uqab, en las Navas de Tolosa (Jaén). Tras una cruenta lucha, la alianza cristiana consiguió la victoria. Fue el 16 de julio de 1212, día en que volvió an-Nasir derrotado a Rabat y abdicó en favor de su hijo Yusuf II.


La hambruna, que sufría todo el territorio como consecuencia de un largo periodo de sequías, se agudizó durante la siguiente década y afectó seriamente a la población. A esto, se sumó en 1224 el acontecimiento de la muerte del califa almohade Yusuf II, que desencadenó una lucha dinástica y, en consecuencia, la inseguridad política en todo el Magreb y también en al-Andalus. La situación estaba al rojo vivo y fue aprovechada por los gobernadores locales para erigirse en reyes de sus territorios. De ellos, destacó Abu Abdellah ibn Yusuf ibn Hud al-Yudhami, un hudí de Zaragoza que en 1228 se autoproclamó emir de todos los musulmanes y sometió, por la fuerza y en poco tiempo, un vasto territorio formado por las taifas de Murcia, Córdoba, Sevilla, Málaga y Almería, además de las tierras de Valencia al sur del Júcar. Quedó al margen la parte de Valencia comprendida entre los ríos Senia y Júcar, fiel a su gobernador Zayd Abu Zayd. También mantuvieron su independencia algunos territorios alrededor de Jaén y Granada (Arjona, Guadix y Baza, entre otros).
Onda y su castillo árabe (foto por PCA (c))
Pero este statu quo (como dicen los cristianos) no se mantuvo durante mucho tiempo. En Valencia, Abu Zayd es desalojado de su cargo un año después por un enemigo suyo, Zayyan ibn Mardanix de Onda, acusándole de traición por haber hecho pactos con Aragón. Más tarde, en 1236, ante la presión castellana, ibn Hud rinde Córdoba a Fernando III y se declara vasallo suyo, abonándole parias. Los propios gobernadores del emir, hartos ya de su caótica política de alianzas con los cristianos, urden un plan para prenderlo y ejecutarlo como traidor, que tiene éxito dos años después. Mientras Jaime I de Aragón, desde su campamento de Ruzafa, dirige el sitio contra Valencia, Muhammad ibn Yusuf ibn Nasr, sultán de Arjona, toma Almería, Málaga y Granada y se proclama rey de los musulmanes, estableciendo su corte en esta última ciudad. Desde el 16 de julio de 1238, él es Muhammad I de Granada, más conocido como al-Ahmar por el color rojo de su estandarte y también por el de su cuidada barba.

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