Hoy es martes, 24 de enero de 1245, según el calendario cristiano que rige ya en toda la península, salvo en el Reino Nazarí. A las 8 de esta mañana, he salido de la posada, vestido con ropa de faena y cargado con mi azada al hombro. A buena marcha, he recorrido la media legua que separa Mislata de la villa de Quart. Allí donde desemboca el barranco del Salto del Agua, he reencontrado el Guadalaviar, donde me ha sorprendido encontrar un bosquete de ribera verdaderamente frondoso. Acostumbrado a los cañaverales que invaden el río y las acequias cerca de la ciudad, he descubierto que en los márgenes del llano de Quart existe una poblada floresta de sauces y álamos que desconocía. Me he detenido para observar el río fluir paciente entre los árboles, sorteando las ramas que se atreven a acariciarlo. En el agua clara he podido seguir, fascinado, la evolución de una culebra dejándose llevar por la corriente. Tras vadear el cauce hasta el margen izquierdo, he continuado mi camino corriente arriba por una polvorienta senda.
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El río Turia o Guadalaviar, junto a Quart de Poblet (foto por PCA (c)) |
Unos nubarrones grises han ocultado el sol que hasta ese momento intentaba calentar la mañana. Al llegar al azud de la acequia de Mestalla, me he cruzado con los primeros transeúntes.
- La paz sea contigo.
- Y contigo, hermano.
- La mañana se está estropeando.
- Sí. Hoy nos mojará la lluvia.
Tras ese rápido saludo de compromiso, me he apresurado con mi fingida labor de limpieza de golas, sacando toda la broza y las cañas acumuladas junto a las compuertas. Un gorrión me ha hecho compañía durante un rato revoloteando a mi alrededor y rozando el pañuelo de mi cabeza cada vez que bajaba a la acequia a beber. Más adelante, he visto a varios labradores en sus huertos que me miraban extrañados, preguntándose, supongo, dónde está el "sequier" de siempre. Yo he seguido con mi tarea mientras el cielo se iba oscureciendo y un viento frío helaba mi sudor. Llegar hasta el azud de Tormos, sacando limos y apartando ramas caídas, me ha llevado dos buenas horas. Ya lejos de miradas indiscretas, he reanudado mi camino por el margen de la acequia de Moncada.
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Acequia de Moncada (foto por PCA (c)) |
Muy pronto, ha comenzado a llover con intensidad. Mientras unos gruesos goterones golpeaban mi cara empujados por el fuerte viento, el camino ha comenzado a enfangarse rápidamente, dificultando mi caminar. He tenido que volver atrás, arropado con mi manta, hasta regresar a la almenara de Tormos, donde, completamente empapado y descalzo, me he refugiado del temporal.
Aquí estoy ahora, a cubierto, junto a la compuerta reguladora del caudal, intentando recomponer con un poco de esparto mis alpargatas rotas y escribiendo estas líneas en los papeles que mi faja no ha conseguido mantener secos. Ojalá escampe pronto. Esperaba llegar a Benaguacil antes del ocaso y este inconveniente me retrasará. Me pregunto si este viaje acabará con éxito o si en mi misión fracasaré. Acabo de emprender mi camino y el pesimismo me invade. Desde luego, podría haber comenzado con un tiempo más apacible. ¿Será ésta una señal para que abandone y dé media vuelta? No lo creo así, pues es la ley de Allah la que va a ser cumplida. Se trata de justicia. Quizá algún otro tipo de amenaza que ponga en peligro mi vida llegue a conseguirlo, pero por ahora una simple tormenta no debe arredrarme. Hoy es el primer día que paso en la soledad del camino y no estoy acostumbrado. Me acuerdo muchísimo de todos mis vecinos y amigos de la aljama. Y, sobre todo, me acuerdo de mi hijo. Desde que marchó la víspera de la rendición, no sé nada de él y lo echo de menos cada día. Pero hoy, lo extraño especialmente.
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Azud de la acequia de Tormos, con su almenara (foto por PCA (c)) |
También recuerdo a mi maestro y todas las historias que me contó, con las que consiguió que amara mi tierra y todo lo que en ella se ha conseguido. Abd al-Aziz, Abd al-Malik, Abu Bark y otros líderes notables fueron sus protagonistas. Nadie puede poner en duda que, gracias a hombres como ellos, Valencia ha llegado a ser una de las ciudades más bellas y respetadas de Occidente. Ojalá que por siempre sean recordados y que sus obras queden imperecederas para admiración de todos. ¡Qué injusta sería la Historia si su fama llegara a extinguirse y sus nombres fueran olvidados por el pueblo! ¡Qué tremenda iniquidad si otros personajes, como al-Qádir o el Cid, cuya tiranía trajo miseria y destrucción a nuestra tierra, alcanzaran mayor renombre y reputación! ¡Qué intolerable sería que, de todos los gobernadores de la ciudad, precisamente el traidor de Abu Zayd llegara a ser el más popular, el más célebre!
Son las cuatro y el temporal amaina. Voy a intentar continuar mi camino.
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