viernes, 28 de marzo de 2014

En busca del moro Zayd

Por fin, he dejado Valencia, camino del norte. Muy temprano, he salido hoy de la Morería y he atravesado el arrabal de Roteros. Al pasar junto a la iglesia de la Santa Cruz, recién construida sobre el solar de la vieja mezquita, he girado hacia el oeste, por un camino estrecho entre huertas bien cuidadas y caudalosos azarbes. Hacía casi seis años que no recorría aquella senda. Mi corazón se ha ido acelerando, a medida que me acercaba a aquel molino. Mi bisabuelo lo levantó hace dos siglos, cuando llegó con sus padres y sus tíos a Xarq al-Andalus huyendo de la fitna de Córdoba. Allí, nací y crecí. De niño, construía mis propios juguetes amasando con agua la harina que caía al suelo y me escondía entre los sacos del almacén. Allí es donde, al cumplir los 12 años, empecé a trabajar de mozo de carga. Más tarde, como oficial, fui el responsable de la producción. Al morir mi padre, heredé la propiedad. No es el más grande de Valencia, ni mucho menos (muy cerca se encuentra el "molino de las Nueve Muelas" para dar fe de ello), pero sí es el más antiguo. Un brazal de la acequia de Rovella le cede su caudal como fuerza motriz. El agua entra por su caz de cuatro codos de anchura hacia dos saetines y mueven los dos rodeznos. El socaz la devuelve al brazal, que sigue su camino hacia Roteros para cubrir las necesidades de tenerías y tintorerías.

Solar de la calle Salvador Giner de Valencia, donde se encuentran, en total abandono,
los restos de un antiguo molino árabe (foto por Diana Sánchez Mustieles)
Alguien lo recordará aún como el "molino de Aben Amir", aunque ya no pertenece a nuestra familia. Desde hace seis años, es propiedad de los mercedarios para el sustento de su convento de Boatella. Perdida la propiedad del molino, que fue toda mi vida, rechacé seguir trabajando en él. Tenía 40 años y pasé algún tiempo angustiado, intentando superar ese gran cambio en mi vida. Afortunadamente, la aljama pronto me nombró "mostassaf" para la comunidad musulmana y me he concentrado durante los años siguientes en desempeñar las funciones del cargo con justicia e imparcialidad. Pero hoy he vuelto a aquel lugar porque quería, antes de partir, despedirme de él. Tras rodear el edificio, intentando pasar desapercibido a los trabajadores que comenzaban su jornada laboral, he seguido el brazal hasta el canal principal de la acequia. Junto al partidor, me he detenido fascinado a observar la corriente que se dirigía, rauda, por la izquierda, hacia el valladar que rodea la muralla junto al mercado nuevo. Hoy, habrá sido necesaria para baldear las calles y limpiar de ellas todo rastro de la celebración, ayer, del aniversario de la muerte del Diácono Vicente de Zaragoza. El obispo de Tarragona ha recuperado esta tradición, tras varios siglos en el olvido, con la intención, al parecer, de devolver la devoción al mártir y conseguir que Valencia vuelva a recibir peregrinos; como lo hizo antaño. Difícil es ya, en mi opinión, hacer competencia a Santiago en este asunto.

Siguiendo el margen de la acequia madre, corriente arriba, he llegado hasta su azud. El sol rielaba sobre el agua embalsada y me he evadido en una ensoñación. Durante unos minutos, he deseado ser un genio poderoso, con una fuerza capaz de destruir la presa y provocar una riada que barriera todo tras de mí: molino, ciudad y reino. Despertado de mi fantasía, he pedido perdón a Allah por estos malos pensamientos y he seguido mi camino por la orilla del Guadalaviar hasta la posada de Ata, donde me alojaré esta noche.

Azud de la acequia de Rovella, en el viejo cauce del Turia (foto por PCA (c)).
Os preguntaréis qué hago en Mislata, puesto que me dirijo hacia el norte. Tendríais razón si me dijerais que la vía más rápida para llegar a los territorios septentrionales sería utilizando la calzada a Tarragona. Debería entonces haber salido de Valencia por la puerta de los Catalanes, como llaman ahora a la puerta de la Hoja, hacia la alquería de Rascaña. Sin embargo, descarté inmediatamente ese camino, por dos motivos. En primer lugar, de las rutas de salida de la ciudad, es la más transitada, lo que está en contra de mis intereses, pues deseo pasar inadvertido mientras pueda. Además, y ésta es la otra razón, atravesaría localidades bien controladas por las tropas de Aragón como El Puig, Sagunto, Betxí y Onda. Intentaríais convencerme después para que, por el puente de piedra y la Alcudia, llegara a la alquería de Marchalenes, y tomara después el carril a Bétera. Desde allí, sería fácil cruzar al valle del Palancia, donde los caminos están en buen estado y sus desniveles son mínimos. También rechacé de plano esta idea porque pondría en grave riesgo mi misión. En efecto, los pueblos del Palancia se mantienen partidarios acérrimos de Abu Zayd y prefiero evitarlos.

Durante los últimos meses, he estado planificando mi viaje concienzudamente. De entre las diversas rutas posibles, elegí finalmente la alternativa más discreta. Seguiré el Guadalaviar, unas leguas, alejado de las poblaciones que ya han sido repobladas por familias de cristianos viejos, hasta Benaguacil. En esta alquería tengo amigos y familia. Después, giraré hacia el norte para cruzar transversalmente las sierras de la Calderona y Espadán, territorios aún sin repoblar donde podré encontrar musulmanes afines a mi causa. A pesar de su mayor dureza, estimo que se trata del camino más seguro para mis propósitos.

Socaz del molino de la Barca, cerca de Benaguacil  (foto por PCA (c))
Alejado de las vías de mayor tránsito, tendré menos posibilidades de encontrar alojamiento y manutención. Deberé valerme por mí mismo y sobrevivir con lo que la naturaleza me proporcione, pero también tendré menos gastos. Aun así, necesitaré algo de dinero para pagar favores y sobornos que me ayuden a completar mi misión. No he podido evitar, por tanto, realizar una visita a la judería en busca de un prestamista. Me costó encontrar un judío que me ofreciera las condiciones que podía yo aceptar, contando con el inconveniente de mi condición de musulmán. Al final, la semana pasada, firmé una comanda de 200 sueldos, a devolver en 12 meses. A pesar de estar penada la usura por la ley judía, estos cambistas no tienen reparos en solicitar pingües réditos por sus servicios. Cincuenta sueldos más deberé pagar a mi regreso por los intereses. Asimismo, tuve que poner mi vivienda de la morería como garantía para cubrir un posible impago. Después de formalizar los documentos, me acerqué al taller de un curtidor a quien compré un buen par de botas nuevas y unas amplias alforjas de viaje.

Ya en Mislata, he aprovechado la tarde para preparar mi próxima jornada. En primer lugar, he adquirido un buen mulo que me ayudará a transportar el equipaje. He enviado un mozo a Benaguacil con el animal y las alforjas llenas, con el encargo de dejarlo en casa de unos primos míos, donde lo recogeré mañana. Cuento con una coartada para esta primera etapa que me obliga a caminar solo. Hasta que no me aleje de la ciudad, encontraré mucha gente en el camino, para la cual seré un "manobrer" ocupado en desbrozar los márgenes de las acequias y limpiar las golas, para evitar atascos cuando lleguen las próximas lluvias. Ya compré la azada; esta noche conseguiré el distintivo real, por si he de mostrarlo. Me temo, no obstante, que van a pedirme un elevado precio por él.

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