sábado, 24 de mayo de 2014

Una noche en la sierra

Si fuera capaz de mostrarte toda la belleza que he visto; si ahora mismo pudiera compartir contigo todas estas maravillas; si estuvieras aquí y pudieras contemplar junto a mí estos montes, sus árboles, el agua, las bestias y las estrellas de ahí arriba; si esto fuera posible, te emocionarías conmigo y yo sería dichoso.

En mi travesía desde el río Carraixet hasta el valle del Palancia, he visto un frondoso bosque de pino, carrasca, ullastre y margallón. Cada una de estas especies aporta al verde manto que cubre la Calderona diferenciados tonos jade, esmeralda, oliva y cazador. Los frutos de los madroños, que esporádicamente crecen aquí y allá, salpican todo el conjunto de vistosas motitas bermellón. Cerca de las alquerías habitadas, se ordenan viejos olivos y algarrobos, muchos de ellos centenarios. Los hombres de estos lugares se han esforzado en ganar terreno a la montaña y, puesto que el llano no abunda, han abancalado las laderas de los cerros para formar pequeñas terrazas donde crecen estos árboles alineados en perfectas cuadrículas. También han practicado desmontes en algunas zonas para el cultivo del cereal, como el trigo y la cebada. Incluso han comenzado la plantación de la naranja en su variedad dulce, en ciertos rincones resguardados del viento, donde la altitud no es elevada.

La Morruda, olivo milenario en plena Sierra Calderona (foto por PCA (c))
El sotobosque es rico en aromáticas, como el romero, el tomillo, el espliego y la manzanilla, muy valoradas por aquí. Además, hay abundancia de brezos y aliagas, que protegen el terreno de la erosión. La madreselva y la zarzaparrilla crecen sobre las rocas y los troncos de los árboles en las zonas más húmedas. Junto a los márgenes del camino, he descubierto un manjar extraordinario: las yemas nuevas del espárrago silvestre. Y en la umbría, todavía he podido recoger algunos níscalos y boletus que han amenizado mis cenas. Ojalá que por siempre perviva esta riqueza incalculable y que el ser humano no destruya, llevado por su ambición o su desidia, este regalo de la naturaleza que es la Calderona.

La tierra rebosa agua por los numerosos manantiales que he encontrado en mi camino. Ayer, al poco de partir, descubrí las fuentes del barranco de la Hoya, que nace en un rincón espectacular, formando una cascada, pues el año ha sido abundante en lluvias. Los habitantes de la alquería recogen el agua en una balsa donde la almacenan y la utilizan más tarde para el consumo personal y para el riego de sus huertas. Más arriba, en la cresta de la sierra, manan generosas las fuentes de Tristán y de Sinainas, junto al barranco del Agua Amarga, que este invierno fluye torrencialmente. Y ya en el camino de Árguinas, junto al barranco de la Saborita, se encuentra la fuente del Pino, cuyo pequeño aljibe vi repleto.

Fuente del barranco de la Hoya (foto por PCA (c))
La fauna de la sierra es variada. Durante el día, las águilas culebreras no han dejado de sobrevolar las cumbres. He observado las carreras de algunos conejos, aún siendo invierno. No he visto jabalíes, pero advertí rastros de su presencia junto al camino. He escuchado al búho ulular a través de la oscuridad de la noche. Y estoy seguro que varios zorros merodearon alrededor de mi cobijo antes de caer la lluvia.

Anoche pernocté en un refugio de pastor, junto al barranco de la Saladilla; un lugar seco y a cubierto. Lo encontré sin problemas, más allá del paso de la sierra, entre el Gorgo y Peñas Blancas. Las indicaciones de mi anfitrión, Alí, aquel musulmán que me acogió en su casa de la Hoya, fueron exactas y no dejaron margen para las dudas. Al encontrarse muy cerca de la fuente de Sinainas, no me faltó el suministro de agua fresca. Tampoco pasé hambre, gracias a las provisiones que me procuré antes de partir de la alquería y que complementé con lo encontrado por el camino. De este modo, cené a base de tortas de maíz, panceta curada, algunos espárragos y setas, lechuga fresca, aceitunas amargas y remolacha. De postre, tenía un poco de requesón.

Barranco de la Saladilla, con la Sierra Espadán nevada al fondo (foto por PCA (c))
Durante la cena, disfruté de un espectáculo sobrecogedor, que se prolongó durante varias horas y amenizó mi velada. A medida que el cielo se oscurecía, fueron apareciendo poco a poco cada vez más estrellas; primero Sirius, la más brillante, y después el resto de estrellas de El Perro y El Cazador, Los Gemelos, El Trono y La Hoz. Más tarde, se iluminó todo un manto de luceros, con El Gran Camino extendiéndose de oeste a este. Unas horas después, estas lucecitas fueron apagándose, ocultas tras unas nubes, invisibles al principio, y más tarde resplandecientes. En la calma de la noche sin viento, una sucesión de llamaradas las fue encendiendo, una a una. Un resplandor a mi izquierda era respondido por otro a mi derecha, seguido inmediatamente por otro de nuevo a mi izquierda. Centenares de relámpagos, como hogueras brillantes, se sucedieron sobre mí en total silencio, mientras yo asistía atónito a la representación. Pronto me quedé dormido y ya en la madrugada un sonoro trueno me despertó. Le siguió otro larguísimo, repetido por el eco de las montañas. Y, de repente, comenzó a llover.

Me puse en marcha por la mañana, bastante tarde, bajo la lluvia y los truenos. Recuperé el camino que desciende desde las Peñas Blancas hacia el valle, siguiendo el barranco de la Saborita. Ya casi en el llano, al otro lado del barranco, encontré la posada de Árguinas, donde, tras una buena comida, ya he repuesto mis fuerzas. Durante la tarde, he conocido a un comerciante de ganado en tránsito, que también pasará aquí la noche. Ahora estoy en mi habitación, escribiéndote estas líneas.

Ruinas de la masía de Árguinas, antiguo parador del camino a Teruel (foto por PCA (c))
Mañana, cruzaré el río Palancia y, siguiendo el río de Azuébar, llegaré a la población del mismo nombre. A partir de allí, comenzará mi travesía de la Sierra de Espadán. ¡Un momento! Acaban de tocar a la puerta. Alguien entra, sin esperar respuesta: es una mujer bellísima, con la túnica abierta, que lleva de la mano un muchacho completamente desnudo. Me pregunta si voy a necesitar su compañía o tal vez la de su sobrino.

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