sábado, 28 de junio de 2014

Una meta aún lejana

Una noche más en el camino. Es la séptima, desde que partí de Mislata, y la tercera en total soledad.

En realidad, la soledad nunca me importó. En los buenos tiempos, en que vivía en la medina, fui feliz rodeado de mi familia. Pero, de vez en cuando, cuando me sentía cansado y agobiado por diferentes motivos, solía salir a pasar el día solo. Daba una vuelta por los caminos alrededor de la Albufera y me entretenía matando algunos patos; o bajaba a la playa del Cabanyal y recorría la costa hasta la desembocadura del río Carraixet, echando la caña al mar. Ver y sentir la naturaleza siempre me ha relajado y me ha permitido regresar, al final de la jornada, a la ciudad, a mi casa, a mi mundo lleno de gente, con renovadas fuerzas. Así pues, estoy habituado a caminar y, por eso, no me costó decidirme a emprender este largo viaje a Ganalur a pie y en solitario.

Pero, por las noches, he estado habitualmente acompañado; también después de enviudar. No recuerdo en toda mi vida haber pasado ni una noche solo, hasta aquélla en la sierra, acompañado de los relámpagos del cielo, que se me hizo eterna. La pasada noche, en el corral de Azuébar, fue la segunda que dormí solo. También lo haré hoy, en este solitario molino, a las afueras de Almedíjar. El rumor del agua al caer por el cubo de la balsa a la botana, es mi única compañía; y el entretenimiento de llenar estas páginas con mis recuerdos, mi mejor ayuda para pasar las largas horas.

El "Molino de Arriba" de Almedíjar, actualmente en ruina total (foto por PCA (c))
La verdad es que no sé muy bien porqué escribo, cada noche, sobre los acontecimientos de la jornada. Mucho de lo que he visto y algo de lo que he sentido se transforman en mi mente en palabras, que mi mano transcribe sobre el papel. Nunca hasta ahora había intentado llevar un diario de mis experiencias. Ni siquiera cuando naciste tú, Masud, se me ocurrió hacerlo. Más tarde, me arrepentí de mi desidia, pues muchos de aquellos grandes momentos se perdieron para mí con el transcurso del tiempo: la primera palabra que dijiste, el primer día que te asustaste, la primera vez que montaste... Todas aquellas vivencias, tan importantes para ti, pasaron para mí como una brisa, suave e imperceptible. Ahora quisiera haberlas registrado por escrito, con la fecha en que ocurrieron y con una expresión de mis sentimientos. Este celo me hubiera permitido mantener vivos los recuerdos de aquellos dichosos años, que habrían regresado a mí más tarde, en otros tiempos de infortunio, nada más que leyendo mis textos. Creo que, por esta razón, hace unos meses, comencé a escribir. Al principio, lo hacía para mí, para poder recordarlo todo cuando me llegue la vejez. Pero, desde que te volví a ver en Benaguacil, esta idea primera cambió. Ahora escribo para ti, para que conozcas lo que pasó (y lo que pasará) en este crítico momento. Ese granito de arena que tu padre se ha comprometido a aportar a la Historia pasará desapercibido para la mayoría, pero me gustaría que fuera comprendido por ti y valorado en su justa medida.

Esta mañana, bajo un cielo despejado, he tomado el camino de Almedíjar a Aín, con la intención de llegar a la alquería de Veo al anochecer. Allá delante, tan cerca, se alzaban las cumbres nevadas. Durante los pasados días, mientras llovió en el valle y en la Sierra Calderona, las precipitaciones fueron de nieve sobre estas alturas de Espadán. Con la ilusión de encontrarme en la vertiente norte al final de la jornada, he caminado a buen paso junto al río de Almedíjar. Su corriente rápida, fluía entre las piedras rojas de rodeno del lecho, oxidadas por la acción del agua, junto al sendero.

Camino de Almedíjar a Aín, tras una nevada de invierno (foto por PCA (c))
He recorrido rápidamente este terreno, que se empina directamente hacia la montaña, rodeado de laderas cultivadas de cereal. Pero pronto he alcanzado la cota de la nieve caída en los pasados días. Caminar sobre el blanco manto que cubre la senda ha sido agradable al principio. No obstante, a determinada altitud, la nieve acumulada ha cubierto ya mis tobillos, introduciéndose en mis botas, y se me ha hecho cada vez más penoso dar el siguiente paso. Finalmente, el camino se ha vuelto impracticable y ni siquiera he podido acercarme al collado de Benali. Incluso mi mulo se ha negado a continuar, dadas las difíciles condiciones.

He probado otro camino, al oeste del pico Cullera, más allá de la fuente de la Parra. Por allí pasa la vieja calzada de Almonecir a Veo, a la que he intentado llegar. Esta nevada será muy beneficiosa para la zona, pues supone un aporte de gran calidad para alimentar los acuíferos. Sin embargo, ha trastocado los planes de los lugareños durante varios días. Los pastores no han podido sacar sus rebaños de los corrales, pues no habían pastos que encontrar. En cambio, vi a muchos labradores afanándose con la pala en abrir brecha en el acceso a sus bancales. Mientras tanto, yo he intentado continuar mi peligroso asalto a la cumbre, jugándome la vida entre aquellos barrancos cubiertos de hielo y nieve. En varias ocasiones, he perdido el equilibrio y he estado muy cerca de caer desde gran altura, aunque afortunadamente ni mi mulo ni yo hemos sufrido daños. Al final, derrotado, he decidido regresar a Almedíjar, a este molino, donde esperaré a mañana, para atacar el collado. Si el sol luce en el cielo como hoy lo ha hecho, el paso quedará pronto expedito y podré alcanzar el castillo de Benali, que vigila el camino a Aín, por su cara norte. Una vez allí, espero no tener más inconvenientes para bajar a Aín y llegar a Veo.

Castillo de Benali, también llamado de Aín (foto por PCA (c))
Estoy más cerca que ayer de mi objetivo, pero todavía más lejos de lo que esperaba. La meta, ciertamente cada vez más próxima, me parece esta noche aún inalcanzable.

sábado, 14 de junio de 2014

Vertientes del Palancia

Por fin he visto el Palancia. Hoy lo he cruzado por el vado de Algar, como tenía dispuesto. Debido a las lluvias de los últimos días, bajaba un gran caudal y me ha sido más difícil de lo imaginado vadearlo. El agua turbia, que llegaba a la altura de mis rodillas, me ha impedido ver el fondo pedregoso. Así pues, cuando me encontraba en medio del cauce, he tropezado con un canto. No me ha dado tiempo a agarrarme con fuerza a la soga de mi mulo y he caído al agua. Finalmente, he conseguido llegar al margen opuesto y continuar mi camino; eso sí, completamente empapado.

Hay que tener un gran respeto al río, a cualquier río. Cuando fluye amable, te da de beber y de comer, te refresca y te purifica. Pero si baja rebelde, es capaz de asolar una ciudad entera. El Palancia es venerado por los habitantes de esta comarca, pues de él depende toda su vida. Sus aguas son utilizadas extensivamente para el riego de las hortalizas y frutales y también para el consumo humano. Su fuerza es aprovechada en la fábrica y la molienda. Con este objeto, construyen en sus orillas molinos, batanes y otros artefactos. Al no ser un río de longitud excesiva, no se producen grandes avenidas. Por ello, no se conoce hasta ahora que el Palancia haya provocado importantes desastres. En cualquier caso, siempre debe ser respetado.

En su cabecera, el río Palancia baja desde la Peña Escabia, rodea el cerro de Bejís y
pasa junto al lugar llamado las Ventas (foto por PCA (c))
De todo ello me habló un musulmán, natural de Bejís, que conocí la pasada noche en la posada. Se dedica al comercio de caballos, un negocio en auge en estos tiempos de conquista. Después de cerrar varias ventas en Valencia, paró en Árguinas de camino a su lugar de origen. Había ganado bastante dinero y estaba contento. Durante la cena, que compartimos, hicimos muy buenas migas. Él me habló de su pueblo natal, ubicado sobre una peña dominada por un castillo. A pesar de haber sido conquistado en 1228 para la Corona de Aragón, sus oriundos, como los de la mayoría de aquellos pueblos montaraces, siguen viviendo sus costumbres y el Islam. Es un lugar donde no falta el agua, pues mil fuentes manan alrededor. Son las que alimentan el Palancia, que nace muy cerca. El paraje del nacimiento es, para los vecinos de la zona, un lugar mágico, según pude deducir de los fervorosos comentarios de mi nuevo amigo. Un estrecho cañón de altas paredes calizas, horadado a lo largo de milenios por los aportes de las ramblas que allí confluyen, da paso a un cauce pedregoso al que directamente vierten varios manantiales. A partir de allí, ya con un caudal importante, el río serpentea entre montañas formando bellos meandros. A lo largo de su curso, numerosos barrancos le son tributarios. Cuando llega al valle de Segorbe, ya fluye tranquilo entre huertas, hasta Sagunto, donde desemboca en el mar.

Entretenidos con la conversación, se nos hizo bastante tarde. Antes de separarnos cada uno a su habitación, me arrancó la promesa de visitar pronto su pueblo natal. A la mañana siguiente, cuando me levanté, mi amigo ya había partido. Por el posadero, supe que la compañía que disfruté para dormir fue un regalo suyo. No pude darle las gracias.
Estrecho del Cascajar, paraje del nacimiento del Palancia (foto por PCA (c))
Después de cambiar mis ropas por otras secas, he continuado mi camino. Apenas a media legua aguas arriba del vado, desemboca en el Palancia el río de Azuébar. En pocas horas, por un camino muy llano, paralelo a la rambla, he llegado sin dificultad a esta población. Un camino muy transitado, por cierto. En abrigos y cavidades naturales, horadados por la erosión del agua en la roca caliza de los márgenes, tienen su vivienda muchos lugareños, labradores en su mayoría, que van y vienen con sus aperos a cuestas. A todos he saludado, como si fuera yo uno de ellos. Pero no he parado a conversar con ninguno, pues no he querido dejar en su recuerdo una imagen duradera de mi paso.

Como la mayoría de lugares de la región, Azuébar se recoge alrededor de un cerro, donde un castillo domina, proporcionando vigilancia y protección a sus habitantes. Imagino que habrán sido muchas las veces, en estos últimos años de guerra, que sus habitantes habrán tenido que abandonar sus casas y sus pertenencias para trepar al interior del recito amurallado, buscando refugio.


El castillo de Azuébar y la Peña "Ajuerá" (foto por PCA (c))
Esta población constituye una de las puertas de la Sierra Espadán, la cadena montañosa que se extiende transversalmente y sin discontinuidad a lo ancho del reino, de sureste a noroeste, y conforma la divisoria de aguas entre la cuenca del río Palancia y la del Mijares. A partir de la Villa Vieja de Nules, muy cerca de la costa, se alzan sus montes altos y agrestes, entre los que destacan los picos Espadán, Rápita y Pinar como cimas más altas. Esta línea montuosa tiene su límite en el paso natural del Herragudo, donde linda con las sierras y altiplanos de Aragón.

No he entrado en Azuébar, pues aún era muy pronto. Antes de buscar alojamiento para pasar noche, me he aventurado un trecho por el camino que, entre amplios campos de almendros y de trigo, se interna en la sierra. Y he podido comprobar cómo, a partir de este punto, la orografía sufre un sorprendente cambio. Los grandes bloques grises de roca caliza que me han rodeado hasta aquí dan paso ahora a otro tipo de rocas de arenisca, llamadas rodenos, que colorean de rojo el camino. La vegetación propia del monte, pino y carrasca, además de otras especies arbustivas como la coscoja y las jaras, está, en esta zona, en clara regresión. A pesar de las dificultades, el ser humano ha habitado estas laderas desde antiguo y, para su subsistencia, ha aprovechado el terreno para pastos y, sobre todo, para una agricultura extensiva de secano que practica cada vez a mayor altitud. Algarrobos, almendros, olivos, además de cereales como trigo y cebada, son los cultivos que sustituyen, cada vez en mayor medida, a la masa boscosa primitiva.

El camino de Almedíjar a Aín, hacia el paso de Ibola,
bajo el pico Espadán nevado (foto por PCA (c))
Anochece, pero no voy a volver a Azuébar. A pesar de que está nublado, no llueve. Así pues, voy a pasar la noche en este corral vacío, donde escribo con las últimas luces del día, que se encuentra junto al camino a Almedíjar. Mañana tomaré esta ruta. Luego, el sendero que lleva a Aín a través de uno de los pasos de Espadán. El Mijares, mi meta, ya queda cerca.