Una noche más en el camino. Es la séptima, desde que partí de Mislata, y la tercera en total soledad.
En realidad, la soledad nunca me importó. En los buenos tiempos, en que vivía en la medina, fui feliz rodeado de mi familia. Pero, de vez en cuando, cuando me sentía cansado y agobiado por diferentes motivos, solía salir a pasar el día solo. Daba una vuelta por los caminos alrededor de la Albufera y me entretenía matando algunos patos; o bajaba a la playa del Cabanyal y recorría la costa hasta la desembocadura del río Carraixet, echando la caña al mar. Ver y sentir la naturaleza siempre me ha relajado y me ha permitido regresar, al final de la jornada, a la ciudad, a mi casa, a mi mundo lleno de gente, con renovadas fuerzas. Así pues, estoy habituado a caminar y, por eso, no me costó decidirme a emprender este largo viaje a Ganalur a pie y en solitario.
Pero, por las noches, he estado habitualmente acompañado; también después de enviudar. No recuerdo en toda mi vida haber pasado ni una noche solo, hasta aquélla en la sierra, acompañado de los relámpagos del cielo, que se me hizo eterna. La pasada noche, en el corral de Azuébar, fue la segunda que dormí solo. También lo haré hoy, en este solitario molino, a las afueras de Almedíjar. El rumor del agua al caer por el cubo de la balsa a la botana, es mi única compañía; y el entretenimiento de llenar estas páginas con mis recuerdos, mi mejor ayuda para pasar las largas horas.
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El "Molino de Arriba" de Almedíjar, actualmente en ruina total (foto por PCA (c)) |
La verdad es que no sé muy bien porqué escribo, cada noche, sobre los acontecimientos de la jornada. Mucho de lo que he visto y algo de lo que he sentido se transforman en mi mente en palabras, que mi mano transcribe sobre el papel. Nunca hasta ahora había intentado llevar un diario de mis experiencias. Ni siquiera cuando naciste tú, Masud, se me ocurrió hacerlo. Más tarde, me arrepentí de mi desidia, pues muchos de aquellos grandes momentos se perdieron para mí con el transcurso del tiempo: la primera palabra que dijiste, el primer día que te asustaste, la primera vez que montaste... Todas aquellas vivencias, tan importantes para ti, pasaron para mí como una brisa, suave e imperceptible. Ahora quisiera haberlas registrado por escrito, con la fecha en que ocurrieron y con una expresión de mis sentimientos. Este celo me hubiera permitido mantener vivos los recuerdos de aquellos dichosos años, que habrían regresado a mí más tarde, en otros tiempos de infortunio, nada más que leyendo mis textos. Creo que, por esta razón, hace unos meses, comencé a escribir. Al principio, lo hacía para mí, para poder recordarlo todo cuando me llegue la vejez. Pero, desde que te volví a ver en Benaguacil, esta idea primera cambió. Ahora escribo para ti, para que conozcas lo que pasó (y lo que pasará) en este crítico momento. Ese granito de arena que tu padre se ha comprometido a aportar a la Historia pasará desapercibido para la mayoría, pero me gustaría que fuera comprendido por ti y valorado en su justa medida.
Esta mañana, bajo un cielo despejado, he tomado el camino de Almedíjar a Aín, con la intención de llegar a la alquería de Veo al anochecer. Allá delante, tan cerca, se alzaban las cumbres nevadas. Durante los pasados días, mientras llovió en el valle y en la Sierra Calderona, las precipitaciones fueron de nieve sobre estas alturas de Espadán. Con la ilusión de encontrarme en la vertiente norte al final de la jornada, he caminado a buen paso junto al río de Almedíjar. Su corriente rápida, fluía entre las piedras rojas de rodeno del lecho, oxidadas por la acción del agua, junto al sendero.
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Camino de Almedíjar a Aín, tras una nevada de invierno (foto por PCA (c)) |
He recorrido rápidamente este terreno, que se empina directamente hacia la montaña, rodeado de laderas cultivadas de cereal. Pero pronto he alcanzado la cota de la nieve caída en los pasados días. Caminar sobre el blanco manto que cubre la senda ha sido agradable al principio. No obstante, a determinada altitud, la nieve acumulada ha cubierto ya mis tobillos, introduciéndose en mis botas, y se me ha hecho cada vez más penoso dar el siguiente paso. Finalmente, el camino se ha vuelto impracticable y ni siquiera he podido acercarme al collado de Benali. Incluso mi mulo se ha negado a continuar, dadas las difíciles condiciones.
He probado otro camino, al oeste del pico Cullera, más allá de la fuente de la Parra. Por allí pasa la vieja calzada de Almonecir a Veo, a la que he intentado llegar. Esta nevada será muy beneficiosa para la zona, pues supone un aporte de gran calidad para alimentar los acuíferos. Sin embargo, ha trastocado los planes de los lugareños durante varios días. Los pastores no han podido sacar sus rebaños de los corrales, pues no habían pastos que encontrar. En cambio, vi a muchos labradores afanándose con la pala en abrir brecha en el acceso a sus bancales. Mientras tanto, yo he intentado continuar mi peligroso asalto a la cumbre, jugándome la vida entre aquellos barrancos cubiertos de hielo y nieve. En varias ocasiones, he perdido el equilibrio y he estado muy cerca de caer desde gran altura, aunque afortunadamente ni mi mulo ni yo hemos sufrido daños. Al final, derrotado, he decidido regresar a Almedíjar, a este molino, donde esperaré a mañana, para atacar el collado. Si el sol luce en el cielo como hoy lo ha hecho, el paso quedará pronto expedito y podré alcanzar el castillo de Benali, que vigila el camino a Aín, por su cara norte. Una vez allí, espero no tener más inconvenientes para bajar a Aín y llegar a Veo.
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Castillo de Benali, también llamado de Aín (foto por PCA (c)) |
Estoy más cerca que ayer de mi objetivo, pero todavía más lejos de lo que esperaba. La meta, ciertamente cada vez más próxima, me parece esta noche aún inalcanzable.
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