sábado, 28 de diciembre de 2013

Tariq y Musa conquistan al-Andalus (711 a 714 d.C.)

En ocasiones anteriores, mi querido Ahmad, te he contado historias de nuestra ciudad: su fundación por militares ítalos, su destrucción por Pompeyo, su refundación en la época imperial, y su transformación en sede episcopal bajo el dominio cristiano. Hoy, te contaré cómo fue conquistada por los Omeyas para nuestra fe, comenzando así su época de mayor esplendor. 

Estaba Valencia gobernada por Agrescio, cuando es sitiada por las tropas de Tariq ibn Ziyad. Aquello sería apenas dos o tres años después del comienzo de la llegada de nuestras tropas a al-Andalus. El monarca visigodo Rodrigo había sido derrotado y casi toda la península estaba ya en poder del islam.

Sí, así fue. Los omeyas, en su plan de ampliar su califato por los territorios del extinto Imperio Romano, y tras ocupar Ifriqiya y el Magreb, habían planeado ya desde hacía algún tiempo la conquista de la península Ibérica. Dando cumplimiento a ese plan, comienzaron a enviar tropas a al-Andalus a través del mar, el mes de Ramadán del año 92 de la Hégira, aprovechando el momento vulnerable que vivía el reino visigodo, debilitado por las intrigas y luchas intestinas por el poder. Al mando del gran general bereber Tariq, muchos barcos llegaron a Algeciras con un gran número de soldados árabes y bereberes a bordo. El rey Rodrigo, alarmado por las noticias que le llegaban, se desplazó en persona a detener aquella invasión pero, cuando llegó frente al campamento de Tariq, éste ya contaba con más de 12.000 hombres. Con ellos, estaba Julián, conde visigodo de Ceuta, y sus tropas. Su interés en deponer a Rodrigo le llevó a aliarse con los nuestros, a pesar profesar el cristianismo. 
Estrecho de Gibraltar (foto por wikipedia)
El encuentro definitivo entre ambos bandos tuvo lugar a orillas del río Guadalete, en la región de Sidonia, el 5 de Shawwal. Aquel glorioso día, Rodrigo fue muerto y su ejército derrotado. Esta hazaña supuso el fin de trescientos años de dominio visigodo en al-Andalus y el principio de la conquista de la península para nuestra religión. Tariq se lanzó hacia el norte, casi sin resistencia. Medina Sidonia, Carmona y Córdoba fueron ocupadas fácilmente, sin apenas encontrar oposición. Mientras tanto, Musa ibn Nusayr, gobernador de Ifriqiya, cruzó el estrecho con 18.000 hombres más. Con este importante refuerzo, tomaron Cádiz, Sevilla y Mérida, avazaron rápidamente por la calzada de la Plata, ganando más pueblos, y llegaron a Astorga. Mientras tanto, Tariq conquistó Toledo, la capital del antiguo reino cristiano. Apenas habían transcurrido cinco meses de su desembarco. Ya no quedaba esperanza para el cristianismo, que, a partir de entonces, buscó refugio en las regiones del norte peninsular.

Así pues, tras darse una vuelta por las tierras de Pamplona, Zaragoza y Tarragona, en el año 95 de la Hégira, las tropas de Tariq llegan ante las murallas de Valencia y ponen sitio a esta ciudad. En uno de los asaltos, se incencia el almacén de grano, poco protegido, situado equivocadamente muy cerca de la muralla norte. Sin acceso al alimento y tampoco al agua del río, el pueblo padece necesidad y Agrescio capitula. 


Valentia visigoda, conquistada por Tariq (según Albert Vicent Ribera Lacomba)
Tariq es benigno con los valencianos: les permite residir en sus casas, seguir con sus costumbres y profesar su propia religión, a cambio de aceptar la autoridad musulmana del nuevo gobernador, Abulcacer al Hudzali, y de pagarle los tributos. Se construyen el alcázar, varias mezquitas y el zoco. Comienza así una época de esplendor de Valencia, que dura hasta el 486 de la Hégira (el 1094 de la era cristiana), año en el que el Cid Campeador entra en la ciudad. 

¿Qué pasa durante esos casi 400 años? No es sencillo de contar. Se trata de una época turbulenta y maravillosa a la vez. Grandes líderes nos defenderán y mezquinos cobardes nos traicionarán. Pero, por hoy, mi amado Ahmad, ya es suficiente: estoy muy cansado. Sé paciente. Pronto te contaré el resto de la historia.

jueves, 12 de diciembre de 2013

Valentia visigoda, en el siglo VI

Raya el alba por el este. El cielo negro y añil comienza a verdear, antes de permitir la aparición por el horizonte de los primeros tonos anaranjados. En el ‎centro de la ciudad de Valencia, ‎el gran forum columnado permanece aún en penumbra, pero los nuevos edificios del recinto episcopal colindante, más altos, empiezan a recibir la luz naciente del día. Por las ventanas del muro oriental de uno de estos edificios, el palacio episcopal, se cuelan ya las primeras luces del día. Suenan seis toques cadenciosos en las campanas de la cercana catedral, cuando un monje joven llama suavemente a la sólida puerta de madera del dormitorio principal, con una escudilla de leche en la mano.‎

- Suplico me perdone. ¿Está Su Ilustrísima despierto? ¿Puedo pasar?
- Adelante, Vicentius, adelante. No dormía. Últimamente no puedo dormir mucho. Hoy me he despertado al sonar la cuarta campanada y desde entonces mi mente no ha parado de pasar de un pensamiento a otro.
- ¿Como se encuentra hoy? Como Su Ilustrísima no me ha llamado, comprendo que esta noche no ha sufrido los ahogos de los pasados días.
- Me ahogo, Vicentius, claro que me ahogo, si no mantengo mi cabeza incorporada. Son 50 años ya que por la gracia de Dios estoy en este mundo; y sé que muy pronto he de ir a contemplar Su rostro y a rendirle cuentas de mis pecados. Quizá la próxima noche sea la última. Quizá la siguiente. Por eso, es importante que ultime ciertos asuntos...‎
- Su Ilustrísima no debe decir esas cosas. No ha de morir antes de ver terminadas las obras de ampliación de la catedral, o al menos antes de consagrar su nuevo mausoleo.‎‎

Mausoleo-cripta de la época visigoda junto a la catedral de Valencia (foto por PCA (c))
Desde su refundación, Valencia no ha cambiado mucho, recogida dentro de los límites del perímetro formado por las murallas romanas, salvo en la zona del centro de la ciudad. Dos siglos atrás, el diácono Vicente de Zaragoza estuvo apresado muy cerca de su forum, donde sufrió martirio y muerte. Este histórico acontecimiento, ordenado por el prefecto Daciano en el marco de la persecución a los cristianos ideada por el emperador Diocleciano, tuvo un efecto contrario al pretendido y la fe cristiana enraizó con mayor fuerza entre los habitantes de la ciudad. La prisión y demás lugares martiriales se convirtieron pronto en lugar de culto, junto a los cuales se erigieron la catedral y otros edificios eclesiásticos. Hoy, el complejo episcopal está siendo ampliado sobre parte del cardo maximus, con la construcción, anejos a la catedral, de un baptisterio y una nueva capilla. Ya ha amanecido y empieza a escucharse desde el dormitorio del obispo el tránsito de caballerías que llega por esta principal calle y que ahora debe rodear el nuevo muro perimetral del recinto por las callejas adyacentes.

- Sí, Vicentius. He de morir, como todas las criaturas del Señor. ¡Y no! ¡No es mi mausoleo! La capilla funeraria que ordené construir junto a la catedral, lo sabes muy bien, no es para mí, si no para albergar los restos de nuestro Santo Mártir.
- Tiene razón Su Ilustrísima. Mi devoción por Vicentius de Caesaraugusta es también muy profunda, al igual que la de mi madre, quien eligió su nombre para mi bautismo. Pero no puede negarse que, gracias a Su Ilustrísima y a Dios nuestro Señor, dentro de poco las reliquias del Santo tendrán un lugar digno intramuros donde descansar. Y los fieles ya no tendrán que llegarse hasta la Roqueta para orar sobre su sepulcro.‎
Altar visigótico en el Centro Arqueológico de L'Almoina (foto por PCA (c))
- Así es, discípulo mío. Exactamente esta es la idea. Este nuevo mausoleo es para que el cuerpo del diácono Vicentius descanse por fin cerca de los Santos Lugares donde sufrió martirio y muerte por la fe de todos nosotros pecadores. Es mi deseo que las reliquias sean trasladadas desde La Roqueta al nuevo lugar nada más acaben las obras. Pero no dejaré el monasterio totalmente despojado. Recuerda que yo mismo fui su abad hace muchos años y entre aquellos muros crecí en la fe. Tengo intención de legarle todos los dineros que he conseguido recoger durante mi episcopado. Deseo que con ellos se erija en aquel lugar un gran cenotafio, para que lo encuentren los peregrinos que lleguen por la Vía Augusta y no pasen de largo ante el lugar donde estuvo sepultado desde que fue hallado el cuerpo del Santo. Pero es preciso dejar todo esto por escrito. Corren tiempos confusos y auguro cambios importantes. El rey Teudis acaba de morir y la tensión entre ostrogodos y bizantinos por la sucesión del reino aumenta. Mis deseos deben respetarse, pase lo que pase, y sea quien sea mi sucesor en el obispado de Valentia. ‎¡Pero, basta ya de cháchara! Siéntate y coge la pluma. Tienes que ayudarme a dejar listos estos los preparativos.
-¿No quiere Su Ilustrísima desayunarse primero? La leche está recién ordeñada y el pan ya debe estar...
-De acuerdo, dame la escudilla, ¡pero ve!

El joven Vicentius, sentado ante una rica escribanía de nogal, escucha atento y transcribe cuidadoso las palabras que su obispo, sentado en su cama, va dictando lentamente: "En la ciudad de Valentia, archidiócesis de Toletum, en el año del Señor de 548. Yo, Justinianus obispo, en el vigésimo año de mi episcopado, es mi voluntad..."

sábado, 30 de noviembre de 2013

La Peña Cortada: agua para un sueño truncado

Yo, Marco Cornelio Nigrino, el edetano que lo consiguió casi todo. Tribuno militar, prétor y comandante de los ejércitos imperiales en Germania y Aquitania. Senador en Roma. Gobernador de Moesia y de Syria. Cinco veces recibí las más altas condecoraciones del Imperio con doble rango. Pude ser Emperador. Sólo eso me faltó. Tras mi brillante carrera política y militar, me lo merecía. Pero finalmente el trono fue para Trajano, mi gran competidor. Ya se encargó él de prepararse el terreno. Mientras yo luchaba por Roma, por defender sus fronteras, por mantener a raya a los bárbaros, él se trabajó los favores de Nerva, siempre a su lado, como un perrito faldero, hasta que consiguió lo que quería. Quién sabe las artimañas que utilizaría para que el César lo nombrara hijo adoptivo y heredero. Quién sabe si llegaría incluso a conspirar su repentina muerte.

Nadie me venció en el campo de batalla. Mi única derrota la obtuve en el terreno de los favores e intereses, en la política, en la misma Urbe romana. Me retiré entonces a mi Edeta natal, donde compré una vasta extensión de tierras entre la ciudad y los montes Rodenos, en la que hice construir una villa como no se había visto ninguna otra, mi propia casa, donde pensaba pasar mis últimos años en paz. No reparé en gastos. Para la fachada principal, ordené traer columnas de varios templos griegos, de Macedonia. Los mejores artesanos decoraron los suelos con los mosaicos más bellos de toda Hispania. Deseaba cultivar el suficiente cereal como para abastecer a toda la Tarraconense. Quería plantar viñedos y producir el mejor vino del Imperio. Pero tenía un problema: el agua.  No tenía agua.

Acueducto horadado en la roca sobre la rambla de Alcotas (foto por PCA (c))
Llegaron los mejores ingenieros con diferentes proyectos de solución. El más sencillo proponía traer el agua de las fuentes y barrancos que nacían en los montes Rodenos. Incluía el desvío hacia mi finca de un gran cauce que desembocaba directamente en el mar. Descarté pronto esta idea, porque el volumen previsto era insuficiente para mis planes: yo sabía que estos barrancos permanecían secos durante la mayor parte del año y las fuentes de la sierra manaban con caudales irregulares. Otra solución consistía en subir el agua desde el Turia. Para llevar esto a la práctica, se requería la construcción de complicados artefactos que ayudaran a salvar el importante desnivel existente entre el río y mis tierras de cultivo. Las pérdidas de agua estimadas con esta complicada canalización eran considerables. Finalmente, elegí la propuesta más ambiciosa, y también la más cara: traer el agua del río Tuéjar. La captación se obtendría en una cota superior, cerca de su nacimiento, y para el transporte se aprovecharía la pendiente del terreno. Habría que salvar una difícil orografía y la considerable distancia existente, lo que requería llevar a cabo una espectacular obra civil. Pero eso no me desanimó.

En cuanto reuní los fondos que tenía disponibles, se iniciaron los trabajos del dique, cerca del nacimiento del río, y del canal excavado en la roca. Se encontraron numerosas dificultades técnicas, pero encontré los medios para resolverlas. Si había que salvar un barranco, hacía llamar a los mejores constructores de puentes. Que la montaña impedía el paso, contrataba a miles de picadores para horadarla. Este proyecto dio trabajo a miles de personas durante muchos años. La fábrica más espectacular, la construcción del túnel para atravesar la peña, junto al barranco de la Cueva del Gato, requirió realizar un corte transversal en la roca de 25 metros de altura, junto con un túnel de 50 metros de longitud. Todo un prodigio técnico, ejecutado de forma colosal. Sin embargo, el reto de salvar la amplia rambla de Alcotas con un acueducto de seis arcos no pudo concluirse. Una vez más, mi competidor me había vencido, pero no en una disputa bélica, sino económica.

Arcada del puente sobre la rambla de Alcotas, cerca de Chelva (foto por PCA (c))
Trajano y su ambición desmedida llevaron el Imperio a la crisis. Sus escandalosas reformas de la Urbe, sus absurdas campañas de expansión hacia el este y las consiguientes guerras para mantener los nuevos territorios conquistados requerían mucho dinero. Todo el crédito disponible en el Imperio fue para estos fines. Mientras tanto, regiones fieles a Roma, como Edeta, dejaron de recibir fondos para inversiones y poco a poco fueron empobreciéndose. Como otras muchas obras en aquella época, los trabajos en mi acueducto se abandonaron y los obreros perdieron su trabajo.

Crisis, maldita palabra. Seis letras griegas que todo lo cambian. Cuando alguien las pronuncia, los planes que hemos trazado ya no tienen sentido y debemos renunciar a nuestros sueños, porque dejan de ser factibles. Crisis significa la ruptura de una ilusión, la desviación del camino previsto, el cambio hacia lo desconocido, la sustitución de objetivos brillantes de prosperidad por otros miserables de supervivencia y, en definitiva, el abandono de las metas más deseadas. Después, supone malvivir en manos de los conspiradores que la provocan. Y humillarse, agradecidos, a los confabuladores que se quedan con el fruto de nuestro esfuerzo y nos dejan unos pocos despojos.


sábado, 16 de noviembre de 2013

Edetania entre la república y el imperio

Nuestro anónimo viajero tuvo muy mala suerte. Llegado a la cincuentena y después de una vida de duro trabajo, su mayor anhelo era regresar a su Dianium natal (Denia) para pasar sus últimos días junto a sus parientes. Por eso, partió de Tarraco, donde vivió los pasados años, y tomó la vía Heráclea en su último viaje. Entró en Edetania atravesando el río Udiva (hoy conocido como Mijares), pasó por Saguntum y entró en Valentia. Encontró ambas colonias en ruinas. Apenas un año antes habían sido arrasadas por Pompeyo.

Ruinas del castillo de Sagunto en el emplazamiento de la antigua Arse (foto por PCA (c))
No sabemos si llegó a su destino. Probablemente, no llegara siquiera a Sucro (Alzira, entonces en una isla del río Júcar). Pompeyo y su gente estaba en plena tarea de escarmiento por esa zona. No le creemos capaz de enfrentarse con éxito, solo y a pie como viajaba, a los legionarios romanos en un seguro encuentro fortuito.

Tras las guerras púnicas, esta plana fértil, llamada Edetania, entre la montaña y el mar, pasó a formar parte de la Hispania Citerior romana y prosperó rápidamente en tiempos de la República. Sus puertos marítimos de origen fenicio y la calzada que la atravesaba como un eje vertebrador permitieron mantener la comunicación con los pueblos vecinos (turdetanos, galos, italos...) y reforzar el tradicional poderío comercial de esta tierra. Gracias a ello, muchos poblados de origen íbero, como Edeta (Liria) o Arse (Sagunto), aun con sufrimiento y esfuerzo, lograron sobrevivir e incluso alcanzar una gran relevancia tras la ocupación romana. La misma Valentia, tras su fundación en el año 138 a.C. como una colonia militar, se convirtió pronto en una importante ciudad gracias a su estratégico asentamiento.

Pero la guerra llegó. El general Quinto Sertorio, tribuno militar destinado en la península, había desafiado a Sila cuando éste fue nombrado dictador en Roma. Muchos pueblos, los edetanos entre ellos, se pusieron del lado de Sertorio, a quien seguían como a un héroe. Y esto trajo consecuencias. Sila, investido por el Senado de poderes especiales para sofocar las rebeliones que, como ésta, se declararon en aquella época contra los invasores romanos, envió a Hispania a dos de sus comandantes más hábiles y exitosos, Metelo y Pompeyo, al mando de varias legiones romanas. Los disidentes, mejor conocedores del territorio y apoyados por la población nativa, resistieron varios años. Finalmente, Sertorio fue asesinado en la villa de Osca (Huesca) y las tropas de Pompeyo acabaron sometiendo o arrasando una a una a las poblaciones que, como Valentia, se mantuvieron leales al general rebelde.

Tramo de la calzada de acceso a la vía Augusta desde Sagunto (foto por PCA (c))
¡Ay! Si nuestro viajero hubiera vivido durante el mandato de Augusto en la época imperial... Si hubiera recorrido la misma ruta 80 años más tarde... Habría pisado la nueva calzada, ampliada y remodelada, llamada ahora igual que el emperador, promotor de estas mejoras. Hubiera conocido un nuevo esplendor en Edetania: el apogeo de Saguntum y la refundación de Valentia, la ampliación de sus circos y la reconstrucción de sus murallas, la edificación de nuevos palacios y templos, del nuevo teatro y del puerto de mar, de nuevos puentes y acueductos.

De uno de esos nuevos proyectos, la obra hidráulica más espectacular y arriesgada acometida en aquella época en la península, hay una historia... Será su protagonista quien os la cuente.

martes, 29 de octubre de 2013

Valentia Edetanorum, año 74 a.C.

Noviembre del año 680 después de la fundación de Roma. Hispania Citerior. Un viajero sigue la calzada Heráclea a pie en dirección sur. La guerra contra el tribuno Sertorio, que durante décadas ha estado arrasando las provincias penínsularesha dejado ruina y desolación a lo largo y ancho de la llanura que se extiende junto al mar entre Tarraco y Dianium. Nuestro hombre ha encontrado en su viaje viviendas y campos arrasados donde hace un par de años prosperaban heredades de cereales y viñedos.

Anochece cuando llega junto al río Palantia y encuentra el puente de piedra arruinado, como otros más que ha dejado por el camino. Afortunadamente, el paso es franco, pues las lluvias del otoño no han sido muy abundantes y el cauce aquí, próximo a la desembocadura, está seco. En la penumbra, entra en Saguntum donde sólo adivina desolación. No queda ninguna casa en pie. Los cascajos cubren una gran extensión bajo las caras norte y este del cerro próximo. Decide probar suerte en Arse, antiguo poblado íbero fortificado sobre el cerro, famoso por su resistencia ante el asedio del cartaginés Aníbal, en el siglo III a.C. Trepa entre los escombros por la ladera y llega ante las murallas. Ochenta familias pasan la noche al abrigo de sus defensas. Gracias a su solidez, han sobrevivido también a esta guerra y aún conservan un lugar donde vivir. Allí, los vecinos ofrecen cobijo al visitante. Junto al horno de pan del poblado, recién apagado, encuentra un lugar seco y caliente donde pasar la noche.


Castillo de Sagunto, antigua ciudadela de Arse (foto por PCA (c))
A la mañana siguiente, continúa temprano su viaje por la plana extensión de terreno despejado que se abre entre la sierra y el mar. Desde la calzada, el panorama sigue siendo desolador. Campos arrasados y abandonados. Durante 15 millas, nuestro viajero no encuentra a nadie, a pesar de ser un soleado y agradable día de otoño. A media tarde alcanza la ribera del río Tyrius. La jornada ha transcurrido tranquila, sin ninguna complicación. Sin embargo, nuestro personaje está cansado y se pregunta dónde podrá encontrar alojamiento. No encuentra ningún puente por el que atravesar el cauce. Varias tablas quemadas se amontonan en el margen, restos sin duda de una pasarela de madera que en otro tiempo dio servicio a los que, como él, deseaban entrar en Valentia. Hoy, debe descalzarse para vadear la corriente un poco más hacia poniente. Alcanza la otra orilla y trepa entre las rocas amontonadas de lo que fue un puerto fluvial. En su recorrido por el cardo de esta antigua colonia militar del cónsul Décimo Junio Bruto, nadie aparece por la calle. Tampoco en el foro.


Ruinas de la Valentia republicana, las termas junto al cardo maximus (foto por PCA (c))
Lo que ve, le deja consternado. Conoció esta plaza pública hace más de 30 años, cuando era un próspero comerciante de ganado. De los edificios públicos, como la basílica, donde tantas veces había vendido sus reses, o el hórreo, donde se almacenaba el grano que entraba en la ciudad, no queda apenas rastro. Hasta el ninfeo, donde manaba una fuente de aguas termales, muy apreciada por los edetanos y también por los forasteros que llegaban a pie, está arruinado. Ve su manantial vertiendo en un canal de desagüe, perdiendo sus aguas en el río. Ve los matojos secos creciendo entre piedras donde antes se alzaban las casas de sus amigos. Ve los esqueletos de perros y ovejas, e incluso alguno humano, diseminados por cualquier lado. Y finalmente ve a una mujer, que huye espantada tropezando con los huesos y las piedras. Corre tras ella, y la ve esconderse tras dos muros del circo que aún permanecen milagrosamente en pie.

- Mujer, ¿dónde están los edetanos? - pregunta el viajero.
- Muertos - le grita la mujer -. ¡Maldito Pompeyo y todo el Senado de Roma!
- Lo siento mucho, rezaré a Asclepio por ti - concluye el hombre.

Y, acto seguido, toma la decisión de continuar su camino hacia el sur, en busca del río Sucro. Intentará pasar la noche en alguna cabaña de pescadores junto al lago. Si aún queda alguna.

jueves, 24 de octubre de 2013

Los caminos históricos desde Valencia

Todo comienza en Valencia. Es donde nací y donde vivo. Por tanto, es donde doy el primer paso. Es de donde sale mi camino. Y hablando de caminos...

De todas las vías de comunicación históricas en nuestro territorio, la Vía Augusta es la más importante. Fue construida como el eje principal de comunicaciones de la Hispania romana, comunicando la ciudad de Cádiz (Gades) con los Pirineos donde enlazaba con la Vía Domitia, que se prolongaba por la costa mediterránea y cruzaba los Alpes en dirección hacia Roma. Aunque ha recibido muchos nombres (Hercúlea, Heráclea y camino de Anibal, entre otros) es más conocida por el emperador romano bajo cuyo mandato se iniciaron, en los últimos años del siglo I a.C., importantes obras de reparación.


Precisamente, la ciudad de Valencia (Valentia) se fundó en el siglo II a.C. sobre la isla fluvial donde la Vía Augusta vadeaba el río Turia (Tyrius), cerca de su desembocadura. En aquella época, la ciudad presentaba la típica disposición en cuadrícula de los asentamientos romanos. El cardo, o calle principal de la población en sentido norte-sur, seguía el trazado de la vía (actuales calles del Salvador y Barchilla). Lo cruzaba el decumano, en sentido este-oeste (calles del Almirante y Caballeros), que permitía acceder a otras salidas que llevaban hacia los poblados vecinos y el mar. El foro o centro de la ciudad se situaba donde hoy está la plaza de la Virgen. 
El decumanus maximus de Valentia, Centro Arqueológico de L'Almoina (foto por PCA (c))
Por tanto, cuatro fueron los caminos de salida de la ciudad más importantes, que muy probablemente estaban sobre las siguientes infraestructuras actuales:
  • el camino hacia Sagunto (Saguntum), por la calle del Salvador, cruzando el río por un puente de madera donde el actual puente de la Trinidad y continuando por la calle Alboraya.
  • el camino hacia Xàtiva (Saetabis), por la calle Barchilla, plaza de la Reina y calle San Vicente Ferrer. Estos dos caminos constituyen parte de la Vía Augusta.
  • el camino hacia el mar, por la calle del Almirante y siguiendo el río por su margen derecha.
  • el camino hacia el interior, por las calles de Caballeros y Quart.
La proliferación de diferentes alquerías, arrabales y poblados alrededor de la ciudad hizo necesario construir nuevas vías para el transporte de personas y mercaderías. La ampliación de la ciudad y la construcción de las líneas de muralla, primero musulmana y más tarde cristiana, obligan a abrir puertas de la ciudad en las embocaduras de estos caminos. En todo caso, se mantienen los cuatro caminos principales mencionados, a los que se unen otros secundarios, como son: el camino a Llíria, por el puente de San José y el camino de  Burjassotecamino a Torrent, por las actuales calles del Hospital y Cuencao el camino a Ruzafa, por la calle del mismo nombre.
En el siglo XVII ya encontramos mapas del territorio donde se detallan estos caminos. En el mapa del Reino de Cassasus, de 1693, se dibujan con una doble línea de puntos cuatro grandes caminos reales que salen de Valencia con destino a Barcelona y Zaragoza (por Sagunto), Castilla (por Requena) y Murcia (por Xàtiva). 

Mapa de los caminos de Valencia, por Tomás López Vargas (finales del siglo XVIII)
En el mapa publicado en 1788 por Tomás López Vargas se incluye el "nuevo" Camino Real de Madrid que comunicaba Valencia con la Meseta por Almansa, además de otros que constituían una red secundaria que unía la ciudad con las poblaciones de Morella, Llíria y Dénia, además del camino de Xàtiva a Alicante por Alcoi.

Modernamente, las carreteras preparadas para el tráfico de vehículos han aprovechado la mayoría de estas históricas plataformas. Un claro ejemplo es la ocupación de la Vía Augusta por la carretera N-340. Por ellas comenzaré mi andadura. Pero sólo utilizaré estas grandes vías de comunicación para acercarme a otras más modestas e interesantes. Pues, ya lejos de las grandes poblaciones y de las modernas infraestructuras, pueden encontrarse muchos caminos, hoy en desuso, que merece la pena conocer. Y por los que me han llevado mis pasos (y lo seguirán haciendo).

sábado, 19 de octubre de 2013

Donde mis pasos me llevaron

Voy a contar algo de los lugares que he conocido. Muchas veces he salido de casa y me he puesto a caminar, paso tras paso, recorriendo caminos y visitando lugares. Cada vez que  lo he hecho, he intentado sentir el camino, ir descubriendo poco a poco las sorpresas del viaje y aprovechar lo bueno de lo vivido. Cada ocasión ha sido un camino sólo de ida, también mirando de vez en cuando hacia atrás para ver el terreno recorrido, pero continuando siempre adelante. Como en la vida, siempre buscando ser mejor persona.

Intentaré plasmar aquí la crónica de estas rutas, describiendo lo mejor que sepa senderos, pueblos, paisajes y todo aquello que considero importante de lo que he encontrado en el camino.

Camino a Àrreu
Camino de montaña, El Pallars Sobirà, Pirineo de Lleida (foto de PCA (c))

A priori no puedo anticipar si mi relato seguirá un orden correcto, ni si será coherente con los recorridos realizados. Simplemente, dejaré que mis palabras cuenten lo que aconteció, lo que sentí e incluso lo que inventé. Alternaré descripciones, relatos, vivencias y fichas de datos. Intercambiaré realidad con ficción. Y así, poco a poco, espero ir componiendo un mosaico, una especie de mapa con todo aquello, un reflejo de lo que viví y lo que descubrí en aquellos lugares por donde mis pasos me llevaron.