martes, 15 de julio de 2014

Pueblos y caminos de Espadán

Como hemos leído en sus escritos, el moro Ahmad se encuentra a punto de cruzar la cresta de la Sierra de Espadán, en su viaje a Argelita, territorio de Zayd Abu Zayd. Antes de continuar su narración reflexionemos un poco sobre el paisaje y las gentes que se ha encontrado.

Tras la conquista cristiana de Valencia, las sierras del reino llegaron a estar muy pobladas. Mientras que los cristianos viejos procedentes del norte iban progresivamente repoblando la llanura litoral y los valles, los musulmanes valencianos se vieron relegados a las zonas más aisladas y montañosas. De este modo, a lugares como la Mola de Cortes, la Sierra de Martés y los valles de Laguar, Gallinera y Alcalá, se trasladaron miles de familias. En aquellos reductos pudieron mantener viva su cultura, sus leyes y la práctica de su religión. Allí surgieron líderes locales, como al-Azraq, que lucharon por la independencia de sus territorios, quedando organizados como nuevos reinos de taifas dentro del territorio recién conquistado para Aragón.

Eslida, bajo el Puntal del Aljibe, desde el camino que viene de Veo (foto por PCA (c)) 
También Espadán fue refugio de un gran número de desplazados quienes, encabezados por el cadí de Eslida, consiguieron de Jaime I la Carta de Gracia y Seguridad en 1242, por la cual se respetaba la vida, religión y costumbres de los musulmanes a cambio de tributos a la Corona. Este acuerdo incluía cierta autonomía política, con Eslida como capital de un territorio formado por las actuales poblaciones de Aín, Jinquer, Alcudia, Veo, Benitandús y Sueras. De este modo, estos pueblos de la vertiente norte de la sierra se desarrollaron con cierta paz, la mayoría de ellos alrededor de un cerro coronado por un castillo o torre que daba protección y vigilancia a sus habitantes. 

Un paseo por sus tortuosas calles nos permite observar cómo las viviendas se organizaban, bien orientadas hacia el sur, adaptándose a la orografía del terreno. Para su construcción, se utilizaban bloques de piedra rodeno, tan habitual en la sierra, y también muros de tapial. La típica casa musulmana tenía una estancia que hacía las veces de cocina y comedor, a través de la cual se pasaba a un patio trasero con corral para los animales. En los pisos superiores se ubicaban las habitaciones y la despensa. En los lugares elevados, todavía perduran las amplias explanadas que eran utilizadas como eras. El perímetro de estas plazas estaba despejado para permitir el aventado del cereal, salvo en un lado donde se construían almacenes para los sacos y las herramientas.

Acueducto y molino junto al barranco de la Caridad,
en el camino de Aín a Almedíjar (foto por María Sánchez Poveda)
Alrededor de las poblaciones, sus habitantes cultivaron amplias huertas. Para almacenar el agua y transportarla hasta los campos, construyeron un conjunto de infraestructuras de regadío, como acequias, azudes, acueductos y aljibes, actualmente aún en uso. Gran parte de los molinos hidráulicos que hoy pueden encontrarse junto a los ríos y barrancos de mayor caudal tienen su origen en esta época, muchos dotados de balsa o alberca, como el que utilizó Ahmad como refugio para pernoctar. Algunos de estos ingenios, sobre todo los más cercanos a las poblaciones, han sido rehabilitados y reconvertidos para usos turísticos.

A medida que pasaron los años, la presión demográfica modificó particularmente y de forma importante el relieve. El bosque primitivo fue sustituido por terrazas abancaladas para el cultivo de cereal, algarrobo, almendro y olivo. Fue una forma de conseguir terreno cultivable dentro de un territorio eminentemente montañoso. Así encontró Ahmad aquellas laderas, donde apenas unas pocas masas arbóreas fueron respetadas como reserva para la caza y la silvicultura. Nada que ver con la sierra que conocemos hoy en día, cubierta por un gran bosque donde el alcornoque domina sobre las otras especies. Pero, si nos fijamos bien, todavía hoy pueden verse en las escarpadas crestas restos de aquellas prácticas. Durante los siglos XIV y XV, se fue agravando progresivamente esta situación, producida por la superpoblación de aquellos montes, y llegaron a escasear los recursos naturales, como pastos para el ganado, madera para la construcción o alimento para sus habitantes.

Terrazas abancaladas para el cultivo de olivos
en el camino de Algimia de Almonacid a Villamalur (foto por PCA (c))
Varios son los caminos tradicionales que permiten el paso de la sierra, uniendo las poblaciones del sur con las del norte. Estas vías de comunicación datan de muy antiguo, entre las que destacan ocho:
  1. El más oriental, carretero, es el camino de Alfondeguilla a Artana por el collado de la Mina de Artana, que debe su nombre a las minas de hierro de la zona, que fueron explotadas ya por los dominadores romanos. Desde el llano de Uixò, también puede llegarse a Artana, pues junto a la fuente del Anogueret parte un sendero de herradura que sube hasta La Ereta, donde enlaza con el camino anterior cerca del collado.
  2. El camino de Alfondeguilla a Eslida coincide en los primeros kilómetros con el que va a Artana. Se desvia después hacia poniente y se transforma en un sendero de herradura que remonta el barranco de Eslida, bajo el castillo de Castro. Atraviesa la sierra por el Coll Roig, un paso en forma de "V" que permite finalmente llegar a Eslida. 
  3. El camino de Chóvar a Aín, también de herradura, asciende hacia la cresta de la sierra, entre el Puntal del Aljibe y el pico Bellota, y busca el collado de Barres desde donde desciende hasta el barranco de la Caridad. Desde Eslida también puede alcanzarse este paso, remontando el barranco de Loret. 
  4. Otro sendero de herradura, de bella factura, remonta la rambla de Almedíjar desde esta población, y tras el collado de Ibola desciende hasta Aín después de pasar junto al castillo de Benali. El resto de caminos mantienen en ancho para carros y son:
  5. El camino de Almonacir a Villamalur, que comienza en la fuente de Donace, en Algimia, y tiene su paso muy cerca del pico Rápita, la mayor altura de la sierra. 
  6. El camino de Matet a Torralba del Pinar, que alcanza el paso del Alto de San Cristobal antes de llegar a su destino.
  7. Los caminos a Cirat desde Higueras y Caudiel, que atraviesan el camino de Torralba a Montán cerca del Mas de Bagán. 
  8. Y, por último, la hoy carretera de Caudiel a Montán, que atraviesa el collado de Arenillas, bajo el Alto de las Palomas.
Veo, bajo el pico Espadán, en una panorámica desde el camino a Eslida (foto por PCA (c))
La alquería de Veo, ubicada en el centro de la sierra, se ha convertido por su estratégica ubicación en un cruce de caminos que comunican diversas poblaciones cercanas. Los más importantes son:
  • la senda a Aín, a donde se llega después de atravesar un pequeño collado, por el mismo camino que viene desde Tales; 
  • los caminos a Artana, Eslida y Onda, que comparten un tramo en común y se dividen en tres después del corral de la Basseta; 
  • el sendero a Suera por Benitandús, que atraviesa un paso entre los Órganos y el pico Águilas;
  • el camino a Villamalur, que comienza junto al castillo de la Alcudia y llega a su destino tras atravesar los collados de Pedralba y la Buitrera; 
  • el camino a Matet por el Jinquer, que se cruza con el camino de Almonacir a Villamalur en el collado de Cuatro Caminos; 
  • y, finalmente, la antigua calzada a Almonacir, convertida actualmente en carretera asfaltada, que atraviesa el llamado paso de la Nevera, bajo el pico Espadán.
Como ya hemos leído, Ahmad ha tomado el camino de Almedíjar a Aín y ha intentado el paso de Ibola, pero la nieve se lo ha impedido. Su intención era llegar a Veo por la senda de Aín y, desde allí, alcanzar el río Mijares, su destino. La lectura de su relato, que habíamos interrumpido, nos aclarará cómo acaba su aventura.

sábado, 28 de junio de 2014

Una meta aún lejana

Una noche más en el camino. Es la séptima, desde que partí de Mislata, y la tercera en total soledad.

En realidad, la soledad nunca me importó. En los buenos tiempos, en que vivía en la medina, fui feliz rodeado de mi familia. Pero, de vez en cuando, cuando me sentía cansado y agobiado por diferentes motivos, solía salir a pasar el día solo. Daba una vuelta por los caminos alrededor de la Albufera y me entretenía matando algunos patos; o bajaba a la playa del Cabanyal y recorría la costa hasta la desembocadura del río Carraixet, echando la caña al mar. Ver y sentir la naturaleza siempre me ha relajado y me ha permitido regresar, al final de la jornada, a la ciudad, a mi casa, a mi mundo lleno de gente, con renovadas fuerzas. Así pues, estoy habituado a caminar y, por eso, no me costó decidirme a emprender este largo viaje a Ganalur a pie y en solitario.

Pero, por las noches, he estado habitualmente acompañado; también después de enviudar. No recuerdo en toda mi vida haber pasado ni una noche solo, hasta aquélla en la sierra, acompañado de los relámpagos del cielo, que se me hizo eterna. La pasada noche, en el corral de Azuébar, fue la segunda que dormí solo. También lo haré hoy, en este solitario molino, a las afueras de Almedíjar. El rumor del agua al caer por el cubo de la balsa a la botana, es mi única compañía; y el entretenimiento de llenar estas páginas con mis recuerdos, mi mejor ayuda para pasar las largas horas.

El "Molino de Arriba" de Almedíjar, actualmente en ruina total (foto por PCA (c))
La verdad es que no sé muy bien porqué escribo, cada noche, sobre los acontecimientos de la jornada. Mucho de lo que he visto y algo de lo que he sentido se transforman en mi mente en palabras, que mi mano transcribe sobre el papel. Nunca hasta ahora había intentado llevar un diario de mis experiencias. Ni siquiera cuando naciste tú, Masud, se me ocurrió hacerlo. Más tarde, me arrepentí de mi desidia, pues muchos de aquellos grandes momentos se perdieron para mí con el transcurso del tiempo: la primera palabra que dijiste, el primer día que te asustaste, la primera vez que montaste... Todas aquellas vivencias, tan importantes para ti, pasaron para mí como una brisa, suave e imperceptible. Ahora quisiera haberlas registrado por escrito, con la fecha en que ocurrieron y con una expresión de mis sentimientos. Este celo me hubiera permitido mantener vivos los recuerdos de aquellos dichosos años, que habrían regresado a mí más tarde, en otros tiempos de infortunio, nada más que leyendo mis textos. Creo que, por esta razón, hace unos meses, comencé a escribir. Al principio, lo hacía para mí, para poder recordarlo todo cuando me llegue la vejez. Pero, desde que te volví a ver en Benaguacil, esta idea primera cambió. Ahora escribo para ti, para que conozcas lo que pasó (y lo que pasará) en este crítico momento. Ese granito de arena que tu padre se ha comprometido a aportar a la Historia pasará desapercibido para la mayoría, pero me gustaría que fuera comprendido por ti y valorado en su justa medida.

Esta mañana, bajo un cielo despejado, he tomado el camino de Almedíjar a Aín, con la intención de llegar a la alquería de Veo al anochecer. Allá delante, tan cerca, se alzaban las cumbres nevadas. Durante los pasados días, mientras llovió en el valle y en la Sierra Calderona, las precipitaciones fueron de nieve sobre estas alturas de Espadán. Con la ilusión de encontrarme en la vertiente norte al final de la jornada, he caminado a buen paso junto al río de Almedíjar. Su corriente rápida, fluía entre las piedras rojas de rodeno del lecho, oxidadas por la acción del agua, junto al sendero.

Camino de Almedíjar a Aín, tras una nevada de invierno (foto por PCA (c))
He recorrido rápidamente este terreno, que se empina directamente hacia la montaña, rodeado de laderas cultivadas de cereal. Pero pronto he alcanzado la cota de la nieve caída en los pasados días. Caminar sobre el blanco manto que cubre la senda ha sido agradable al principio. No obstante, a determinada altitud, la nieve acumulada ha cubierto ya mis tobillos, introduciéndose en mis botas, y se me ha hecho cada vez más penoso dar el siguiente paso. Finalmente, el camino se ha vuelto impracticable y ni siquiera he podido acercarme al collado de Benali. Incluso mi mulo se ha negado a continuar, dadas las difíciles condiciones.

He probado otro camino, al oeste del pico Cullera, más allá de la fuente de la Parra. Por allí pasa la vieja calzada de Almonecir a Veo, a la que he intentado llegar. Esta nevada será muy beneficiosa para la zona, pues supone un aporte de gran calidad para alimentar los acuíferos. Sin embargo, ha trastocado los planes de los lugareños durante varios días. Los pastores no han podido sacar sus rebaños de los corrales, pues no habían pastos que encontrar. En cambio, vi a muchos labradores afanándose con la pala en abrir brecha en el acceso a sus bancales. Mientras tanto, yo he intentado continuar mi peligroso asalto a la cumbre, jugándome la vida entre aquellos barrancos cubiertos de hielo y nieve. En varias ocasiones, he perdido el equilibrio y he estado muy cerca de caer desde gran altura, aunque afortunadamente ni mi mulo ni yo hemos sufrido daños. Al final, derrotado, he decidido regresar a Almedíjar, a este molino, donde esperaré a mañana, para atacar el collado. Si el sol luce en el cielo como hoy lo ha hecho, el paso quedará pronto expedito y podré alcanzar el castillo de Benali, que vigila el camino a Aín, por su cara norte. Una vez allí, espero no tener más inconvenientes para bajar a Aín y llegar a Veo.

Castillo de Benali, también llamado de Aín (foto por PCA (c))
Estoy más cerca que ayer de mi objetivo, pero todavía más lejos de lo que esperaba. La meta, ciertamente cada vez más próxima, me parece esta noche aún inalcanzable.

sábado, 14 de junio de 2014

Vertientes del Palancia

Por fin he visto el Palancia. Hoy lo he cruzado por el vado de Algar, como tenía dispuesto. Debido a las lluvias de los últimos días, bajaba un gran caudal y me ha sido más difícil de lo imaginado vadearlo. El agua turbia, que llegaba a la altura de mis rodillas, me ha impedido ver el fondo pedregoso. Así pues, cuando me encontraba en medio del cauce, he tropezado con un canto. No me ha dado tiempo a agarrarme con fuerza a la soga de mi mulo y he caído al agua. Finalmente, he conseguido llegar al margen opuesto y continuar mi camino; eso sí, completamente empapado.

Hay que tener un gran respeto al río, a cualquier río. Cuando fluye amable, te da de beber y de comer, te refresca y te purifica. Pero si baja rebelde, es capaz de asolar una ciudad entera. El Palancia es venerado por los habitantes de esta comarca, pues de él depende toda su vida. Sus aguas son utilizadas extensivamente para el riego de las hortalizas y frutales y también para el consumo humano. Su fuerza es aprovechada en la fábrica y la molienda. Con este objeto, construyen en sus orillas molinos, batanes y otros artefactos. Al no ser un río de longitud excesiva, no se producen grandes avenidas. Por ello, no se conoce hasta ahora que el Palancia haya provocado importantes desastres. En cualquier caso, siempre debe ser respetado.

En su cabecera, el río Palancia baja desde la Peña Escabia, rodea el cerro de Bejís y
pasa junto al lugar llamado las Ventas (foto por PCA (c))
De todo ello me habló un musulmán, natural de Bejís, que conocí la pasada noche en la posada. Se dedica al comercio de caballos, un negocio en auge en estos tiempos de conquista. Después de cerrar varias ventas en Valencia, paró en Árguinas de camino a su lugar de origen. Había ganado bastante dinero y estaba contento. Durante la cena, que compartimos, hicimos muy buenas migas. Él me habló de su pueblo natal, ubicado sobre una peña dominada por un castillo. A pesar de haber sido conquistado en 1228 para la Corona de Aragón, sus oriundos, como los de la mayoría de aquellos pueblos montaraces, siguen viviendo sus costumbres y el Islam. Es un lugar donde no falta el agua, pues mil fuentes manan alrededor. Son las que alimentan el Palancia, que nace muy cerca. El paraje del nacimiento es, para los vecinos de la zona, un lugar mágico, según pude deducir de los fervorosos comentarios de mi nuevo amigo. Un estrecho cañón de altas paredes calizas, horadado a lo largo de milenios por los aportes de las ramblas que allí confluyen, da paso a un cauce pedregoso al que directamente vierten varios manantiales. A partir de allí, ya con un caudal importante, el río serpentea entre montañas formando bellos meandros. A lo largo de su curso, numerosos barrancos le son tributarios. Cuando llega al valle de Segorbe, ya fluye tranquilo entre huertas, hasta Sagunto, donde desemboca en el mar.

Entretenidos con la conversación, se nos hizo bastante tarde. Antes de separarnos cada uno a su habitación, me arrancó la promesa de visitar pronto su pueblo natal. A la mañana siguiente, cuando me levanté, mi amigo ya había partido. Por el posadero, supe que la compañía que disfruté para dormir fue un regalo suyo. No pude darle las gracias.
Estrecho del Cascajar, paraje del nacimiento del Palancia (foto por PCA (c))
Después de cambiar mis ropas por otras secas, he continuado mi camino. Apenas a media legua aguas arriba del vado, desemboca en el Palancia el río de Azuébar. En pocas horas, por un camino muy llano, paralelo a la rambla, he llegado sin dificultad a esta población. Un camino muy transitado, por cierto. En abrigos y cavidades naturales, horadados por la erosión del agua en la roca caliza de los márgenes, tienen su vivienda muchos lugareños, labradores en su mayoría, que van y vienen con sus aperos a cuestas. A todos he saludado, como si fuera yo uno de ellos. Pero no he parado a conversar con ninguno, pues no he querido dejar en su recuerdo una imagen duradera de mi paso.

Como la mayoría de lugares de la región, Azuébar se recoge alrededor de un cerro, donde un castillo domina, proporcionando vigilancia y protección a sus habitantes. Imagino que habrán sido muchas las veces, en estos últimos años de guerra, que sus habitantes habrán tenido que abandonar sus casas y sus pertenencias para trepar al interior del recito amurallado, buscando refugio.


El castillo de Azuébar y la Peña "Ajuerá" (foto por PCA (c))
Esta población constituye una de las puertas de la Sierra Espadán, la cadena montañosa que se extiende transversalmente y sin discontinuidad a lo ancho del reino, de sureste a noroeste, y conforma la divisoria de aguas entre la cuenca del río Palancia y la del Mijares. A partir de la Villa Vieja de Nules, muy cerca de la costa, se alzan sus montes altos y agrestes, entre los que destacan los picos Espadán, Rápita y Pinar como cimas más altas. Esta línea montuosa tiene su límite en el paso natural del Herragudo, donde linda con las sierras y altiplanos de Aragón.

No he entrado en Azuébar, pues aún era muy pronto. Antes de buscar alojamiento para pasar noche, me he aventurado un trecho por el camino que, entre amplios campos de almendros y de trigo, se interna en la sierra. Y he podido comprobar cómo, a partir de este punto, la orografía sufre un sorprendente cambio. Los grandes bloques grises de roca caliza que me han rodeado hasta aquí dan paso ahora a otro tipo de rocas de arenisca, llamadas rodenos, que colorean de rojo el camino. La vegetación propia del monte, pino y carrasca, además de otras especies arbustivas como la coscoja y las jaras, está, en esta zona, en clara regresión. A pesar de las dificultades, el ser humano ha habitado estas laderas desde antiguo y, para su subsistencia, ha aprovechado el terreno para pastos y, sobre todo, para una agricultura extensiva de secano que practica cada vez a mayor altitud. Algarrobos, almendros, olivos, además de cereales como trigo y cebada, son los cultivos que sustituyen, cada vez en mayor medida, a la masa boscosa primitiva.

El camino de Almedíjar a Aín, hacia el paso de Ibola,
bajo el pico Espadán nevado (foto por PCA (c))
Anochece, pero no voy a volver a Azuébar. A pesar de que está nublado, no llueve. Así pues, voy a pasar la noche en este corral vacío, donde escribo con las últimas luces del día, que se encuentra junto al camino a Almedíjar. Mañana tomaré esta ruta. Luego, el sendero que lleva a Aín a través de uno de los pasos de Espadán. El Mijares, mi meta, ya queda cerca.

sábado, 24 de mayo de 2014

Una noche en la sierra

Si fuera capaz de mostrarte toda la belleza que he visto; si ahora mismo pudiera compartir contigo todas estas maravillas; si estuvieras aquí y pudieras contemplar junto a mí estos montes, sus árboles, el agua, las bestias y las estrellas de ahí arriba; si esto fuera posible, te emocionarías conmigo y yo sería dichoso.

En mi travesía desde el río Carraixet hasta el valle del Palancia, he visto un frondoso bosque de pino, carrasca, ullastre y margallón. Cada una de estas especies aporta al verde manto que cubre la Calderona diferenciados tonos jade, esmeralda, oliva y cazador. Los frutos de los madroños, que esporádicamente crecen aquí y allá, salpican todo el conjunto de vistosas motitas bermellón. Cerca de las alquerías habitadas, se ordenan viejos olivos y algarrobos, muchos de ellos centenarios. Los hombres de estos lugares se han esforzado en ganar terreno a la montaña y, puesto que el llano no abunda, han abancalado las laderas de los cerros para formar pequeñas terrazas donde crecen estos árboles alineados en perfectas cuadrículas. También han practicado desmontes en algunas zonas para el cultivo del cereal, como el trigo y la cebada. Incluso han comenzado la plantación de la naranja en su variedad dulce, en ciertos rincones resguardados del viento, donde la altitud no es elevada.

La Morruda, olivo milenario en plena Sierra Calderona (foto por PCA (c))
El sotobosque es rico en aromáticas, como el romero, el tomillo, el espliego y la manzanilla, muy valoradas por aquí. Además, hay abundancia de brezos y aliagas, que protegen el terreno de la erosión. La madreselva y la zarzaparrilla crecen sobre las rocas y los troncos de los árboles en las zonas más húmedas. Junto a los márgenes del camino, he descubierto un manjar extraordinario: las yemas nuevas del espárrago silvestre. Y en la umbría, todavía he podido recoger algunos níscalos y boletus que han amenizado mis cenas. Ojalá que por siempre perviva esta riqueza incalculable y que el ser humano no destruya, llevado por su ambición o su desidia, este regalo de la naturaleza que es la Calderona.

La tierra rebosa agua por los numerosos manantiales que he encontrado en mi camino. Ayer, al poco de partir, descubrí las fuentes del barranco de la Hoya, que nace en un rincón espectacular, formando una cascada, pues el año ha sido abundante en lluvias. Los habitantes de la alquería recogen el agua en una balsa donde la almacenan y la utilizan más tarde para el consumo personal y para el riego de sus huertas. Más arriba, en la cresta de la sierra, manan generosas las fuentes de Tristán y de Sinainas, junto al barranco del Agua Amarga, que este invierno fluye torrencialmente. Y ya en el camino de Árguinas, junto al barranco de la Saborita, se encuentra la fuente del Pino, cuyo pequeño aljibe vi repleto.

Fuente del barranco de la Hoya (foto por PCA (c))
La fauna de la sierra es variada. Durante el día, las águilas culebreras no han dejado de sobrevolar las cumbres. He observado las carreras de algunos conejos, aún siendo invierno. No he visto jabalíes, pero advertí rastros de su presencia junto al camino. He escuchado al búho ulular a través de la oscuridad de la noche. Y estoy seguro que varios zorros merodearon alrededor de mi cobijo antes de caer la lluvia.

Anoche pernocté en un refugio de pastor, junto al barranco de la Saladilla; un lugar seco y a cubierto. Lo encontré sin problemas, más allá del paso de la sierra, entre el Gorgo y Peñas Blancas. Las indicaciones de mi anfitrión, Alí, aquel musulmán que me acogió en su casa de la Hoya, fueron exactas y no dejaron margen para las dudas. Al encontrarse muy cerca de la fuente de Sinainas, no me faltó el suministro de agua fresca. Tampoco pasé hambre, gracias a las provisiones que me procuré antes de partir de la alquería y que complementé con lo encontrado por el camino. De este modo, cené a base de tortas de maíz, panceta curada, algunos espárragos y setas, lechuga fresca, aceitunas amargas y remolacha. De postre, tenía un poco de requesón.

Barranco de la Saladilla, con la Sierra Espadán nevada al fondo (foto por PCA (c))
Durante la cena, disfruté de un espectáculo sobrecogedor, que se prolongó durante varias horas y amenizó mi velada. A medida que el cielo se oscurecía, fueron apareciendo poco a poco cada vez más estrellas; primero Sirius, la más brillante, y después el resto de estrellas de El Perro y El Cazador, Los Gemelos, El Trono y La Hoz. Más tarde, se iluminó todo un manto de luceros, con El Gran Camino extendiéndose de oeste a este. Unas horas después, estas lucecitas fueron apagándose, ocultas tras unas nubes, invisibles al principio, y más tarde resplandecientes. En la calma de la noche sin viento, una sucesión de llamaradas las fue encendiendo, una a una. Un resplandor a mi izquierda era respondido por otro a mi derecha, seguido inmediatamente por otro de nuevo a mi izquierda. Centenares de relámpagos, como hogueras brillantes, se sucedieron sobre mí en total silencio, mientras yo asistía atónito a la representación. Pronto me quedé dormido y ya en la madrugada un sonoro trueno me despertó. Le siguió otro larguísimo, repetido por el eco de las montañas. Y, de repente, comenzó a llover.

Me puse en marcha por la mañana, bastante tarde, bajo la lluvia y los truenos. Recuperé el camino que desciende desde las Peñas Blancas hacia el valle, siguiendo el barranco de la Saborita. Ya casi en el llano, al otro lado del barranco, encontré la posada de Árguinas, donde, tras una buena comida, ya he repuesto mis fuerzas. Durante la tarde, he conocido a un comerciante de ganado en tránsito, que también pasará aquí la noche. Ahora estoy en mi habitación, escribiéndote estas líneas.

Ruinas de la masía de Árguinas, antiguo parador del camino a Teruel (foto por PCA (c))
Mañana, cruzaré el río Palancia y, siguiendo el río de Azuébar, llegaré a la población del mismo nombre. A partir de allí, comenzará mi travesía de la Sierra de Espadán. ¡Un momento! Acaban de tocar a la puerta. Alguien entra, sin esperar respuesta: es una mujer bellísima, con la túnica abierta, que lleva de la mano un muchacho completamente desnudo. Me pregunta si voy a necesitar su compañía o tal vez la de su sobrino.

sábado, 10 de mayo de 2014

La Sierra Calderona

Varios son los caminos que permiten atravesar la Sierra Calderona de sur a norte, hacia el valle del Palancia, por donde discurre el camino de Sagunto a Aragón. Si partiéramos de la zona de huerta más próxima al mar, tendríamos varias posibilidades de cruzarla. Desde el sitio de El Puig, podríamos utilizar un camino carretero que remonta el barranco del mismo nombre y su afluente de la Calderona, hasta el valle de Toliu. Una vez allí, se llegaría a Gilet descendiendo por el margen del barranco de la Maladitxa. Otra opción desde ese valle sería enlazar con el camino de la Comediana, que pasa muy cerca, al otro lado del barranco del Xocainet. Este sendero de herradura parte de Rafelbunyol y remonta los barrancos de Cabeç Bord y de la Comediana. Al llegar al valle homónimo se divide en dos ramales. El primero pasa un collado, entre la Mola de Segart y el pico del Águila, y por la fuente del Campaner llega a Segart, desde donde sigue el barranco en descenso hasta Albalat. Un segundo ramal va junto al barranco del Salt y, tras cruzar el camino de Náquera a Segart, llega bajo las estribaciones del castillo de Serra. Tras rodear el Alto del Pino, se acerca a la fuente del Barraix, desde donde baja hasta el Palancia por el castro de Beselga.

Paso de la Comediana, bajo la Mola de Segart (foto por PCA (c))
Si partiéramos desde Bétera, podríamos elegir entre dos caminos muy transitados. Uno de ellos, el conocido como Paso de Alcalá, cruza el barranco del Carraixet y busca su afluente, el de Náquera, que también atraviesa, hasta llegar a la alquería de Serra. Desde allí, continúa hacia el norte para buscar el collado del Oronet, bajo el monte Sierro, donde hay una torre de vigilancia. Tras un prolongado descenso, finaliza en Torres Torres. El otro posible camino, también carretero, permite el acceso al fértil valle de Lullén, desde donde asciende junto a la alquería fortificada de La Pobleta, hasta alcanzar el conocido como collado de la Morería. Una vez allí, el camino de Serra a Gátova, que cruza longitudinalmente la sierra, nos acerca a las Peñas Blancas, a cuyos pies, una legua más allá, conecta con otro por la derecha, que desciende hacia el barranco del Juncar, cerca de la población de Algar. Por último, podríamos utilizar el camino más occidental de la sierra, también carretero, el cual, desde la alquería de Pardines, remonta el barranco de Carraixet en sentido norte hasta la alquería de Gátova, donde giraríamos hacia el nordeste por el paso de Segorbe hasta esta villa.

Seleccionar la ruta más conveniente para mi travesía de la Calderona fue durante un tiempo mi principal obsesión. Sin embargo, cuando planificaba este viaje, llegué a la conclusión de que debía tomar una decisión previa: dónde vadear el río Palancia. Tenía claro que debía evitar las plazas que, como Segorbe, Torres Torres, Albalat o Gilet, están controladas por las tropas aragonesas. De este modo, descarté el camino de Toliu, el de la Comediana y el de Alcalá, al igual que el de Gátova a Segorbe. Asimismo, consideré conveniente eludir la vigilancia que se hace de las rutas más transitadas, como ocurre en La Pobleta, y en el Oronet, ya que no estaba seguro de quién habitaba actualmente ambas torres.

Camino de Serra a Gátova, junto a la Peñas Blancas (foto por PCA (c))
De todos los lugares posibles, me pareció finalmente que Algar era el punto más acertado. Por allí, el río pasa canalizado. El cauce sólo transporta el sobrante de la acequia y, por ese motivo, se forma allí un vado poco profundo. Está controlado por un castro rodeado de tierras de labor, cuya torre puede ser evitada dando un rodeo. Las familias musulmanas de la zona habitan en cuevas horadadas bajo los cinglos que se levantan sobre el mismo río y los barrancos adyacentes. Si soy capaz de hacerme pasar por uno de aquellos labradores, mi tránsito por aquellas huertas no levantará sospechas.

En consecuencia, mi propósito es llegar a Algar. Ayer, antes de partir de Benaguacil, mi primo Abdullah me aconsejó sobre la ruta: "Siguiendo el barranco del Carraixet, llegarás a la alquería de Pardines, donde un musulmán en tránsito por la sierra puede encontrar alojamiento sin problemas. Desde allí, toma el camino del castillo. Al llegar a un collado, dejando el castillo a la izquierda, continúa por el sendero que, a media ladera, remonta el barranco de la Hoya. Casi en su cabecera, encontrarás una alquería modesta pero hospitalaria. Si en el camino alguien te pregunta, cuéntale que llevas provisiones a sus habitantes. El valle tiene salida por el norte, hacia las Peñas Blancas. Junto a estas cumbres, desciende el camino que acaba en Árguinas, un parador del camino a Teruel, ya muy cerca de Algar."

Así pues, tras cargar mi mulo con víveres, he salido de Pardines esta mañana por el camino que trepa hacia el castillo de Olocau. La pendiente en esta zona es importante pero se trataba del primer esfuerzo del día y he culminado el repecho con ganas. Hacía frío y la niebla cubría completamente los montes. Por eso, apenas se veía el castillo desde el mismo collado, donde un centinela me ha dado el alto.

Castillo de al-Uqab u Olocau (foto por PCA (c))
- ¡Nombre y destino!
- Ahmad Abenamir. Llevo provisiones a la alquería de la Hoya.
- Vacía las alforjas. Valoraré la carga que llevas para establecer el importe del peaje.
- ¿El peaje? Pero si voy de parte de Balayta que...
- No discutas. No hay excepciones. Todo el mundo debe pagar, si quiere pasar.

Es humillante para cualquier viajero ser obligado a vaciar su equipaje y mostrar todo lo que lleva encima. Pero si lo ordena alguien con un arma en la mano, no es posible negarse. ¡Cincuenta sueldos de peaje he debido pagar por pasar el collado! El centinela no me ha dado opción al regateo. ¡Pero si en Mislata compré el animal por treinta! A punto estuve de regalarle el mulo y la carga. Ni mi primo Abdullah, ni tampoco Azmet Balayta, en cuya casa me hospedé anoche, me advirtieron de este control. Es posible que desconocieran su existencia, si no utilizan este paso desde hace tiempo. Aunque lo más probable es que todo esto haya sido tramado por el mismo centinela para su propio beneficio. Tras volver a llenar las alforjas, he continuado mi camino con la sensación de haber sido robado. En ese momento, ha comenzado a llover.

Alquería de la Hoya (foto por PCA (c))
La senda que sigue tras el collado se interna en la masa boscosa de la sierra, en ligero descenso, sobre el estrecho cañón del barranco de la Hoya. Tras atravesar un pequeño hombro del terreno, el valle se abre y ya puede verse la alquería bien orientada al sur, constituida por varios corrales y casas de piedra que se recogen alrededor de una modesta torre de vigilancia. El lugar, habitado por trece familias, se encuentra rodeado de campos de cultivo en terrazas abancaladas a distintos niveles. Olivos, almendros y algarrobos, y también hortalizas y frutales, principalmente cerezos e higueras, colman la fértil hoya que da nombre al barranco.

Tras cruzar el cauce, que siempre lleva caudal, he seguido la senda que serpentea en ascenso entre grandes agaves hacia los primeros edificios. Cuando aún me encontraba a cien pasos, un hombre ha salido a recibirme al camino. Desde el castillo, la alquería había sido avisada de mi llegada mediante señales luminosas y estaba prevenida. En verdad son hospitalarios estos musulmanes de la sierra. Me han obsequiado con un almuerzo y me han invitado a pasar el viernes con ellos. Casi era mediodía y, si continuaba la ruta, me encontraría en el monte, solo, a la hora de la oración. El rezo del viernes debe practicarse en comunidad, en la mezquita. Y el baño, es mejor caliente y a cubierto de la llovizna.

domingo, 20 de abril de 2014

al-Azraq, el último visir

Hoy he decidido descansar todo el día, después de la incómoda jornada de ayer, en la que el aguacero me sorprendió. Tuve que permanecer a cobijo durante varias horas y eso me retrasó. Cuando por fin llegaba a la desembocadura del arroyo de la Granolera, apenas había recorrido la mitad del camino y ya casi había anochecido. Fue una sorpresa encontrar allí a mi primo Abdullah, oteando la penumbra, junto a dos caballos. Advertido de mi llegada por el mozo que envié de avanzadilla con el mulo, me esperaba en su casa de Benaguacil antes de la puesta de sol. Pero mi demora le preocupó y decidió salir a buscarme. Cabalgamos al trote, vadeando el Guadalaviar varias veces. Para evitar ser advertidos desde los puestos de vigilancia dispuestos sobre el cauce alrededor de la alquería de Felx, no nos acercamos a Benaguacil sino que continuamos corriente arriba. Tras rodear el cerro de Ribarroja, giramos brúscamente hacia el sur, por un camino que nos llevó hacia un montículo apenas visible en una oscuridad casi completa. Ya al paso, nos internamos por una grieta en la roca, medio oculta por la vegetación. A través de una galería excavada en la roca, iluminada cada cierto trecho por hachones colgados de la bóveda, llegamos en pocos minutos a Vilamarxant. El pasadizo finalizaba en el interior del recinto del castillo, donde cenamos y pasamos la noche. ¡Qué ganas tenía de quitarme el blusón y el zaragüell mojados y calentarme junto a un buen fuego!

Torre del castillo de Vilamarxant (foto por PCA (c))
Durante toda la mañana se han sucedido los chubascos. He hecho bien en tomarme la jornada de descanso. Mi primo y yo hemos disfrutado de una de las cuatro torres del castillo en exclusividad. Mi familia aún goza de ciertos privilegios por aquí. Hemos tenido tiempo suficiente para ponernos al día con las respectivas novedades y de reponer fuerzas con un abundante ágape. Yo le he contado cómo se vive en Valencia después de la ocupación. Abdullah, por su parte, me ha confirmado que Abu Zayd no se encuentra en la vecina alquería de Aldaya. A pesar de haberla recibido en propiedad por donación directa de Jaime de Aragón hace ya algunos años, nunca apareció por allí. Como ya imaginaba, suele frecuentar sus otras posesiones de Ganalur y Vallat, junto al río Mijares. Era lo esperado. Esta noticia ha confirmado mis sospechas y ha ratificado el destino de mi viaje.

Después de comer, hemos entrado en Benaguacil. Cuando llegamos a casa de mis tíos, me esperaba una sorpresa: la visita de mi hijo Masud. ¡Qué alegría volverlo a ver después de tanto tiempo! Se encontraba al servicio del rey Zayyan cuando éste abandonó Valencia tras firmar las capitulaciones y trasladó su corte a Denia. A pesar de su juventud, con apenas 16 años entonces, ya era un avezado conocedor de la ley islámica, casi un erudito, y extremadamente habilidoso con la caligrafía, por lo que Zayyan lo tomó a su servicio como katib o secretario particular. Cuando Denia cayó, en mayo del año pasado, y Zayyan huyó a Murcia, Masud se quedó sin trabajo. Decidió entonces mudarse a Pego, donde coincidió con un personaje clave en estos días turbulentos: Mohammad Abu Abdallah ibn Hudzail al-Sahuir, conocido por el sobrenombre de al-Azraq. Unos dicen que este apodo se lo dieron sus conocidos más cercanos por el color de sus ojos, herencia de su madre cristiana. En realidad le llaman así por el azul de su estandarte, que fue antes el de su padre, gobernador de Gallinera y Alcalá en tiempo de los almohades. Como su digno sucesor, se ha erigido en lider de la resistencia contra el conquistador en aquella comarca. Dispone para ello de un ejército bien pertrechado, que mantiene oculto en aquellos montes. Tal ha sido su fuerza opositora que Jaime de Aragón se ha visto obligado a dar un rodeo en su avance hacia el sur. Ciertamente, cuando tras organizar el cerco a Xàtiva se dirige a la conquista de Villena y los castros vecinos, evita los valles de Pego, Ebo, Alcalá y Gallinera. Este es el territorio de al-Azraq, que permanece hasta hoy aún independiente, como una isla musulmana rodeada por un mar plagado de castillos cristianos.

Castillo de Perputxent, refugio de al-Azraq (foto por PCA (c))
Aun sin haberlo mencionado abiertamente, ha quedado evidente para todos que Masud se ha unido al ejército rebelde, por su conocimiento de los detalles de estos hechos. Esta noticia me ha provocado a la vez un enorme orgullo y una profunda inquietud. Según nos ha insinuado, estos días está disfrutando de un permiso, que ha aprovechado para visitarme. Ayer me buscó en Valencia. Al no encontrarme en la Morería, acudió al alfaquí, de quien recibió las indicaciones sobre dónde podía localizarme. La tarde ha transcurrido plácida y agradable, con mi hijo y mis primos, junto al fuego. La conversación ha seguido alrededor de los últimos acontecimientos ocurridos en los territorios al sur del Júcar. En primer lugar, el debate se ha centrado en las consecuencias de la cumbre de Campo de Mirra. En aquel encuentro, que tuvo lugar en marzo del año pasado entre Jaime de Aragón y el infante Alfonso de Castilla, se trazó una nueva frontera entre las dos Coronas, que dividió arbitrariamente los antiguos territorios de Zayyan. Los musulmanes de Villena, Sax, Caudete y Bugarra, que ahora han caído en el lado de Castilla, han perdido con el cambio gran parte de los derechos que disfrutaban. Después, hemos recordado la caída definitiva de Xátiva en manos de Jaime, en julio pasado, que echó por tierra las pocas esperanzas de que el avance del frente fuera detenido o, al menos, que tan importante plaza fuera conservada. Hemos hablado también del asedio a Biar por las tropas de Aragón, que comenzó en septiembre, y nos hemos preguntado cuánto más podrán aguantar nuestros compatriotas de aquel castillo.

Y, sobre todo, hemos comentado los rumores que circulan por todo el reino sobre al-Azraq, la última esperanza contra el invasor. Algunos recuerdan su origen noble y dicen que, en su infancia, frecuentó la corte de Aragón y que incluso llegó a ser amigo íntimo de Jaime. Hemos discutido la posibilidad de que, en virtud de aquella amistad, fuera a declararse vasallo suyo, e incluso a apostatar y recibir el bautismo, como hizo Abu Zayd. (No permita Allah que ocurra tal cosa.) Otros dicen que el respeto mutuo que se tienen es igual en intensidad al odio que se profesan, desde que al-Azraq intentó asesinar a Jaime cerca del castro de Rugat, una noche de cabalgada. Se ha dejado oir en Valencia que, por tal motivo, Jaime ha prometido matar a al-Azraq y éste ya ha buscado el refugio del rey de Castilla. Al parecer, por lo que cuenta Masud, todo esto son simples patrañas. Él asegura que la fe de al-Azraq en el Islam es inquebrantable. Lo ha visto efectuar las abluciones y el rezo; lo ha visto practicar el ayuno y dar limosna. Y en cuanto al intento de magnicidio, su opinión es igual de firme: se trata de un bulo que han divulgado los propios cristianos, con el más que probable objeto de justificar una futura masacre. El razonamiento de Masud ha sido rotundo: "En ese asunto de la emboscada de Rugat, todo el mundo conoce dónde tuvo lugar, a qué hora, de dónde venía el rey de Aragón, a dónde iba, con cúantos caballeros viajaba, cuántos rehenes consiguió al-Azraq... Si fuera verdad, no se hubieran conocido tantos detalles. Nos encontramos en estado de guerra, y ningún general permitiría que se revelaran este tipo de datos. Todo es secreto en el desplazamiento de un contingente de tropas: el destino, el motivo, el número de soldados. Y más aún si se trata del rey. Por eso, os digo que todo es mentira."

Alquería de Pardines, que más tarde tomó el nombre de Olocau (al-Uqab) por el cercano castillo,
vista desde el barranco de Carraixet (foto por PCA (c))
Al final de la velada, todos se han interesado por el motivo de mi presencia en Benaguacil. Cuando me tocó desvelar el encargo que me hizo la aljama de Valencia y el destino de mi viaje, Abdullah entendió el interés que mostré aquella mañana por Abu Zayd. Masud no dijo nada. Mis primos me animaron y me dieron instrucciones útiles para las próximas jornadas. Me explicaron cómo llegar al barranco del Carraixet, por dónde alcanzar la alquería de Pardines y el castillo de Olocau y qué caminos utilizar para atravesar la Sierra Calderona. Agradeciendo sus buenos deseos, me he retirado a mi habitación. Ya he llenado las alforjas y me he preparado una cómoda aljuba, un albornoz de viaje y mis boceguíes nuevos.

Ya es medianoche y el sueño no llega. Lo que hoy he sabido sobre Masud y su relación con al-Azraq me ha dejado muy preocupado.

sábado, 5 de abril de 2014

Las vegas del río Blanco

Hoy es martes, 24 de enero de 1245, según el calendario cristiano que rige ya en toda la península, salvo en el Reino Nazarí. A las 8 de esta mañana, he salido de la posada, vestido con ropa de faena y cargado con mi azada al hombro. A buena marcha, he recorrido la media legua que separa Mislata de la villa de Quart. Allí donde desemboca el barranco del Salto del Agua, he reencontrado el Guadalaviar, donde me ha sorprendido encontrar un bosquete de ribera verdaderamente frondoso. Acostumbrado a los cañaverales que invaden el río y las acequias cerca de la ciudad, he descubierto que en los márgenes del llano de Quart existe una poblada floresta de sauces y álamos que desconocía. Me he detenido para observar el río fluir paciente entre los árboles, sorteando las ramas que se atreven a acariciarlo. En el agua clara he podido seguir, fascinado, la evolución de una culebra dejándose llevar por la corriente. Tras vadear el cauce hasta el margen izquierdo, he continuado mi camino corriente arriba por una polvorienta senda.

El río Turia o Guadalaviar, junto a Quart de Poblet (foto por PCA (c))
Unos nubarrones grises han ocultado el sol que hasta ese momento intentaba calentar la mañana. Al llegar al azud de la acequia de Mestalla, me he cruzado con los primeros transeúntes.

- La paz sea contigo.
- Y contigo, hermano.
- La mañana se está estropeando.
- Sí. Hoy nos mojará la lluvia.

Tras ese rápido saludo de compromiso, me he apresurado con mi fingida labor de limpieza de golas, sacando toda la broza y las cañas acumuladas junto a las compuertas. Un gorrión me ha hecho compañía durante un rato revoloteando a mi alrededor y rozando el pañuelo de mi cabeza cada vez que bajaba a la acequia a beber. Más adelante, he visto a varios labradores en sus huertos que me miraban extrañados, preguntándose, supongo, dónde está el "sequier" de siempre. Yo he seguido con mi tarea mientras ‎el cielo se iba oscureciendo y un viento frío helaba mi sudor. Llegar hasta el azud de Tormos, sacando limos y apartando ramas caídas, me ha llevado dos buenas horas. Ya lejos de miradas indiscretas, he reanudado mi camino por el margen de la acequia de Moncada.

Acequia de Moncada (foto por PCA (c))
Muy pronto, ha comenzado a llover con intensidad. Mientras unos gruesos goterones golpeaban mi cara empujados por el fuerte viento, el camino ha comenzado a enfangarse rápidamente, dificultando mi caminar. He tenido que volver atrás, arropado con mi manta, hasta regresar a la almenara de Tormos, donde, completamente empapado y descalzo, me he refugiado del temporal.

Aquí estoy ahora, a cubierto, junto a la compuerta reguladora del caudal, intentando recomponer con un poco de esparto mis alpargatas rotas‎ y escribiendo estas líneas en los papeles que mi faja no ha conseguido mantener secos. Ojalá escampe pronto. Esperaba llegar a Benaguacil antes del ocaso y este inconveniente me retrasará. Me pregunto si este viaje acabará con éxito o si en mi misión fracasaré. Acabo de emprender mi camino y el pesimismo me invade. Desde luego, podría haber comenzado con un tiempo más apacible. ¿Será ésta una señal para que abandone y dé media vuelta? No lo creo así, pues es la ley de Allah la que va a ser cumplida. Se trata de justicia. Quizá algún otro tipo de amenaza que ponga en peligro mi vida llegue a conseguirlo, pero por ahora una simple tormenta no debe arredrarme. Hoy es el primer día que paso en la soledad del camino y no estoy acostumbrado. Me acuerdo muchísimo de todos mis vecinos y amigos de la aljama. Y, sobre todo, me acuerdo de mi hijo. Desde que marchó la víspera de la rendición, no sé nada de él y lo echo de menos cada día. Pero hoy, lo extraño especialmente.

Azud de la acequia de Tormos, con su almenara (foto por PCA (c))
También recuerdo a mi maestro y todas las historias que me contó, con las que consiguió que amara mi tierra y todo lo que en ella se ha conseguido. Abd al-Aziz, Abd al-Malik, Abu Bark y otros líderes notables fueron sus protagonistas. Nadie puede poner en duda que, gracias a hombres como ellos, Valencia ha llegado a ser una de las ciudades más bellas y respetadas de Occidente. Ojalá que por siempre sean recordados y que sus obras queden imperecederas para admiración de todos. ¡Qué injusta sería la Historia si su fama llegara a extinguirse y sus nombres fueran olvidados por el pueblo! ¡Qué tremenda iniquidad si otros personajes, como al-Qádir o el Cid, cuya tiranía trajo miseria y destrucción a nuestra tierra, alcanzaran mayor renombre y reputación! ¡Qué intolerable sería que, de todos los gobernadores de la ciudad, precisamente el traidor de Abu Zayd llegara a ser el más popular, el más célebre!

Son las cuatro y el temporal amaina. Voy a intentar continuar mi camino.

viernes, 28 de marzo de 2014

En busca del moro Zayd

Por fin, he dejado Valencia, camino del norte. Muy temprano, he salido hoy de la Morería y he atravesado el arrabal de Roteros. Al pasar junto a la iglesia de la Santa Cruz, recién construida sobre el solar de la vieja mezquita, he girado hacia el oeste, por un camino estrecho entre huertas bien cuidadas y caudalosos azarbes. Hacía casi seis años que no recorría aquella senda. Mi corazón se ha ido acelerando, a medida que me acercaba a aquel molino. Mi bisabuelo lo levantó hace dos siglos, cuando llegó con sus padres y sus tíos a Xarq al-Andalus huyendo de la fitna de Córdoba. Allí, nací y crecí. De niño, construía mis propios juguetes amasando con agua la harina que caía al suelo y me escondía entre los sacos del almacén. Allí es donde, al cumplir los 12 años, empecé a trabajar de mozo de carga. Más tarde, como oficial, fui el responsable de la producción. Al morir mi padre, heredé la propiedad. No es el más grande de Valencia, ni mucho menos (muy cerca se encuentra el "molino de las Nueve Muelas" para dar fe de ello), pero sí es el más antiguo. Un brazal de la acequia de Rovella le cede su caudal como fuerza motriz. El agua entra por su caz de cuatro codos de anchura hacia dos saetines y mueven los dos rodeznos. El socaz la devuelve al brazal, que sigue su camino hacia Roteros para cubrir las necesidades de tenerías y tintorerías.

Solar de la calle Salvador Giner de Valencia, donde se encuentran, en total abandono,
los restos de un antiguo molino árabe (foto por Diana Sánchez Mustieles)
Alguien lo recordará aún como el "molino de Aben Amir", aunque ya no pertenece a nuestra familia. Desde hace seis años, es propiedad de los mercedarios para el sustento de su convento de Boatella. Perdida la propiedad del molino, que fue toda mi vida, rechacé seguir trabajando en él. Tenía 40 años y pasé algún tiempo angustiado, intentando superar ese gran cambio en mi vida. Afortunadamente, la aljama pronto me nombró "mostassaf" para la comunidad musulmana y me he concentrado durante los años siguientes en desempeñar las funciones del cargo con justicia e imparcialidad. Pero hoy he vuelto a aquel lugar porque quería, antes de partir, despedirme de él. Tras rodear el edificio, intentando pasar desapercibido a los trabajadores que comenzaban su jornada laboral, he seguido el brazal hasta el canal principal de la acequia. Junto al partidor, me he detenido fascinado a observar la corriente que se dirigía, rauda, por la izquierda, hacia el valladar que rodea la muralla junto al mercado nuevo. Hoy, habrá sido necesaria para baldear las calles y limpiar de ellas todo rastro de la celebración, ayer, del aniversario de la muerte del Diácono Vicente de Zaragoza. El obispo de Tarragona ha recuperado esta tradición, tras varios siglos en el olvido, con la intención, al parecer, de devolver la devoción al mártir y conseguir que Valencia vuelva a recibir peregrinos; como lo hizo antaño. Difícil es ya, en mi opinión, hacer competencia a Santiago en este asunto.

Siguiendo el margen de la acequia madre, corriente arriba, he llegado hasta su azud. El sol rielaba sobre el agua embalsada y me he evadido en una ensoñación. Durante unos minutos, he deseado ser un genio poderoso, con una fuerza capaz de destruir la presa y provocar una riada que barriera todo tras de mí: molino, ciudad y reino. Despertado de mi fantasía, he pedido perdón a Allah por estos malos pensamientos y he seguido mi camino por la orilla del Guadalaviar hasta la posada de Ata, donde me alojaré esta noche.

Azud de la acequia de Rovella, en el viejo cauce del Turia (foto por PCA (c)).
Os preguntaréis qué hago en Mislata, puesto que me dirijo hacia el norte. Tendríais razón si me dijerais que la vía más rápida para llegar a los territorios septentrionales sería utilizando la calzada a Tarragona. Debería entonces haber salido de Valencia por la puerta de los Catalanes, como llaman ahora a la puerta de la Hoja, hacia la alquería de Rascaña. Sin embargo, descarté inmediatamente ese camino, por dos motivos. En primer lugar, de las rutas de salida de la ciudad, es la más transitada, lo que está en contra de mis intereses, pues deseo pasar inadvertido mientras pueda. Además, y ésta es la otra razón, atravesaría localidades bien controladas por las tropas de Aragón como El Puig, Sagunto, Betxí y Onda. Intentaríais convencerme después para que, por el puente de piedra y la Alcudia, llegara a la alquería de Marchalenes, y tomara después el carril a Bétera. Desde allí, sería fácil cruzar al valle del Palancia, donde los caminos están en buen estado y sus desniveles son mínimos. También rechacé de plano esta idea porque pondría en grave riesgo mi misión. En efecto, los pueblos del Palancia se mantienen partidarios acérrimos de Abu Zayd y prefiero evitarlos.

Durante los últimos meses, he estado planificando mi viaje concienzudamente. De entre las diversas rutas posibles, elegí finalmente la alternativa más discreta. Seguiré el Guadalaviar, unas leguas, alejado de las poblaciones que ya han sido repobladas por familias de cristianos viejos, hasta Benaguacil. En esta alquería tengo amigos y familia. Después, giraré hacia el norte para cruzar transversalmente las sierras de la Calderona y Espadán, territorios aún sin repoblar donde podré encontrar musulmanes afines a mi causa. A pesar de su mayor dureza, estimo que se trata del camino más seguro para mis propósitos.

Socaz del molino de la Barca, cerca de Benaguacil  (foto por PCA (c))
Alejado de las vías de mayor tránsito, tendré menos posibilidades de encontrar alojamiento y manutención. Deberé valerme por mí mismo y sobrevivir con lo que la naturaleza me proporcione, pero también tendré menos gastos. Aun así, necesitaré algo de dinero para pagar favores y sobornos que me ayuden a completar mi misión. No he podido evitar, por tanto, realizar una visita a la judería en busca de un prestamista. Me costó encontrar un judío que me ofreciera las condiciones que podía yo aceptar, contando con el inconveniente de mi condición de musulmán. Al final, la semana pasada, firmé una comanda de 200 sueldos, a devolver en 12 meses. A pesar de estar penada la usura por la ley judía, estos cambistas no tienen reparos en solicitar pingües réditos por sus servicios. Cincuenta sueldos más deberé pagar a mi regreso por los intereses. Asimismo, tuve que poner mi vivienda de la morería como garantía para cubrir un posible impago. Después de formalizar los documentos, me acerqué al taller de un curtidor a quien compré un buen par de botas nuevas y unas amplias alforjas de viaje.

Ya en Mislata, he aprovechado la tarde para preparar mi próxima jornada. En primer lugar, he adquirido un buen mulo que me ayudará a transportar el equipaje. He enviado un mozo a Benaguacil con el animal y las alforjas llenas, con el encargo de dejarlo en casa de unos primos míos, donde lo recogeré mañana. Cuento con una coartada para esta primera etapa que me obliga a caminar solo. Hasta que no me aleje de la ciudad, encontraré mucha gente en el camino, para la cual seré un "manobrer" ocupado en desbrozar los márgenes de las acequias y limpiar las golas, para evitar atascos cuando lleguen las próximas lluvias. Ya compré la azada; esta noche conseguiré el distintivo real, por si he de mostrarlo. Me temo, no obstante, que van a pedirme un elevado precio por él.

sábado, 15 de marzo de 2014

Moros y cristianos

El 9 de octubre de 1238, Jaime de Aragón entró en la ciudad. Sin aliados en al-Andalus, desde la muerte de ibn Hud, y sin auxilio exterior, a pesar de su solicitud de ayuda al califa de Túnez, el rey Zayyan había rendido la ciudad unas semanas antes, tras cinco meses de asedio, y se retiró a Denia. Dicen que el nuevo rey cristiano ordenó una ocupación pacífica, respetando a los valencianos, cosa que le honra. A pesar de ello, los saqueos y las violaciones se sucedieron durante semanas y, aunque no fueron toleradas, tampoco fueron castigados los instigadores.

Han pasado ya seis años de aquella aciaga fecha y en este tiempo hemos sufrido muchos cambios. Las 10 mezquitas de la medina han sido consagradas a la advocación de distintos santos para el culto cristiano y, en su mayoría, están siendo reconstruidas. Cada una de ellas es cabeza de una parroquia, la nueva división administrativa de la ciudad. El almuédano ya no llama a la oración desde los alminares. En su lugar, el tañido de las nuevas campanas instaladas en la mezquita aljama, hoy catedral a San Pedro, rige las horas del día. Viviendas, molinos, comercios y heredades pasaron a propiedad del nuevo rey, quien los ha donado de acuerdo a sus compromisos con los nobles y caballeros que le ayudaron y con las órdenes religiosas que le acompañaron. De entre estas últimas, los Hospitalarios han sido los más beneficiados, con la construcción de una orgullosa iglesia de nueva planta, San Juan del Hospital, cerca de la puerta de la Ley, para lo cual, se asolaron varias viviendas. El recinto de la judería, anejo a la misma, ha sido respetado, quedando reservado a la propiedad del rey.

San Juan del Hospital, cuya construcción se inició en 1238 (foto por PCA (c))
Otros cuatro conventos religiosos están siendo construidos extramuros, en los cuatro puntos cardinales alrededor de la medina, para las órdenes mendicantes que llegaron con Jaime: Predicadores al este, frente a Xarea; Franciscanos al sur, junto al camino de Xàtiva; Mercedarios al oeste, en Boatella; Caballeros Templarios al norte, junto al río. Estos últimos, ocuparon inmediatamente la torre de Alí Bufat con las casas y la fortaleza anejas, donde siempre ondea, junto a la cruz del Temple, el pendón con las barras de Aragón.

En cuanto a la población autóctona, aquellos que no abandonamos la ciudad ni consentimos el bautismo hemos sido recluidos en un nuevo suburbio extramuros, ubicado junto a la puerta de la Culebra, entre los arrabales de Boatella y Roteros, que recibe el nombre de "morería". Moros, nos llaman ahora; dicen que significa persona de tez morena, pero siempre es pronunciada esta palabra de forma despectiva. Al menos, se nos consiente practicar el rezo en un local que utilizamos de mezquita, leer el Corán, mantener nuestras costumbres y normas regidas por la sunna y la sharia y elegir a nuestras propias autoridades. Quien así lo ha preferido, sigue trabajando sus tierras o mantiene su oficio; pero con una diferencia sustancial: fincas y obradores han pasado a manos de cristianos viejos venidos del norte. Son aragoneses, catalanes y navarros, a quienes se les dio la propiedad de todos los bienes conquistados para asegurar así que la riqueza del reino queda en manos pías. Pero, como necesitan mano de obra, emplean a los musulmanes, sus antiguos propietarios, a quienes arriendan los que fueron sus propios comercios e industrias. Estos "repobladores" se repartieron las antiguas viviendas musulmanas, ocupando en la mayoría de los casos más de una casa por familia. Este flujo migratorio, en busca de una nueva vida, o más bien esta invasión, no ha cesado desde entonces y la medina se ha quedado pequeña. Por eso, ha comenzado la construcción de nuevos arrabales, como es el caso del barrio de Pescadores al sur, junto al meandro que traza el brazo del río, o el de Villanueva del Mar, que alberga el puerto marítimo.

Torre de la muralla árabe integrada en los edificios colindantes, vista desde la calle Tenerías,
una de las que formaron parte de la morería de Valencia (foto por PCA (c))
Pero hay algo que no ha cambiado en esta tierra turbulenta: Abu Zayd sigue vivo. En su época de gobernador de Valencia, como todos ya lo sospechábamos, había sometido la taifa a vasallaje de la Corona de Castilla, primero, y de Aragón más tarde, a cambio de prebendas para él y su familia. Escandalizado por ello, Zayyan de Onda, tomó la ciudad en 1229 y lo condenó al exilio. ¡Qué error cometiste, Zayyan! Lo dejaste vivir y se ha convertido en el traidor más grande que ha pisado nuestra tierra. Muy pronto, en nombre de Jaime de Aragón, Abu Zayd conquistó las tierras que riega el río Palancia. Plazas como Bejís, Jérica, Segorbe, Geldo, Torres Torres, Albalat formaron un corredor franco que ha permitido desde entonces el paso de las tropas cristianas desde Teruel hasta el mar. Gracias a ello, Jaime, al regresar de Mallorca, pudo llegar rápidamente a Burriana y tomarla en 1233. Como eslabones de la misma cadena, cayeron después otros castros y villas sin oposición: Peñíscola, Benicarló, Culla, Borriol, Vilafamés, Almazora, Burriana, Castellón; y, más tarde, ya en 1238, Paterna, Bétera, Bufila, El Puig y la misma Valencia.
Valle del Palancia, junto a Sot de Ferrer (foto por PCA (c))
Durante un tiempo, Abu Zayd ha recorrido de norte a sur la taifa sin oposición, como un soldado más de Jaime. Conquistador de la Serranía le proclaman, tras tomar Alpuente, Tuéjar, Chelva y Domeño. Señor de Aldaya y Ganadur es su título, otorgado por su rey en pago a sus favores. Vicente Belvis, dicen, se llama ahora, después de haber recibido el bautismo. Un tipo desleal, que ha dado la espalda a sus antiguos súbditos, que reniega de la religión de sus padres y que ha entregado nuestro territorio al enemigo, no se merece otra cosa que la muerte. Esta es la pena, según la sharia, para un apóstata como él.

Y yo, me he ofrecido a ser su verdugo.

sábado, 1 de marzo de 2014

Una taifa en disputa (1099-1238)

Cinco años gobernó el Cid en Valencia, manteniendo a raya tanto a almorávides como a cristianos, hasta su muerte. Su viuda Jimena apenas conservó el territorio tres años más, con la ayuda del conde de Barcelona. En 1102, cediendo a la presión del invasor almorávide, abandonó la ciudad tras arrasarla por completo. Durante mucho tiempo me preguntaba: ¿quién es capaz de quemar la tierra que gobierna? Más tarde encontré evidente la respuesta: quien no aportó nada a su prosperidad, quien nunca la amó, quien siempre sintió desprecio por sus súbditos. Una hermosa ciudad fue calcinada y empobrecida, pero a cambio quedó por fin libre del yugo del Cid y su familia. 

Después de Valencia, se recuperaron las taifas de Albarracín y Zaragoza. Volvió, pues, el culto del Islam a las mezquitas. Mallorca fue la última de al-Andalus en pasar a manos almorávides, ya en 1116, debido a su situación isleña. Pero los reinos cristianos no se quedaron impasibles ante los hechos que se estaban desarrollando. Sabían que, entre el grueso de la población musulmana, pervivía un sentimiento anti-almorávide. La sensación de estar cautivos por sus propios salvadores estaba, sobre todo, causada por la severa represión religiosa y por la elevada presión fiscal que soportaban. Así pues, apoyado desde dentro por los propios oriundos, Alfonso I de Aragón reconquistó para el cristianismo Zaragoza, Daroca y Calatayud, entre 1118 y 1122.


Castillo de Daroca (foto por PCA (c))
Durante las siguientes décadas, el odio a los almorávides fue en aumento entre la población, especialmente instigada por destacados miembros de la aristocracia musulmana que habían perdido el poder en su propio territorio. Mientras tanto, las campañas militares de los cristianos por las taifas meridionales confirmó la debilidad del ejército almorávide. Y, finalmente, en 1145, la rebelión estalló en Valencia. Tras varios intentos infructuosos de gobernar de forma estable la región por parte de capitanes y cadíes locales, un muladí de Peñíscola, de nombre Muhammad ibn Mardanix, se hizo con el poder. Al mando de un potente ejército, consiguió, durante los años siguientes, dominar un gran territorio que incluyó, entre otras, las taifas de Valencia, Murcia (donde estableció su capital), Albacete, Jaén y Granada. Fue conocido en toda la península por su sobrenombre de Rey Lobo.

Al mismo tiempo, una nueva oleada de africanos llegó desde el Magreb: los almohades. A pesar de que fueron recibidos con hostilidad tanto por los cristianos como también por los musulmanes, escarmentados éstos de su experiencia anterior con los almorávides, lograron ocupar una gran parte del territorio de al-Andalus. Pero el Rey Lobo era un soberbio general y los mantuvo a raya; los asedios a las ciudades por él gobernadas no tuvieron éxito. Solamente después de su muerte, en 1172, cayeron Murcia y Valencia bajo el poder del califa almohade. Sometidos a éste, Valencia tuvo varios gobernadores durante los años siguientes, que emprendieron diversas obras de refuerzo en sus murallas para mejorar las defensas.


Torre defensiva de la época almohade en la muralla musulmana de Valencia,
en la plaza del Tossal (foto de PCA (c))
Los reinos cristianos cambiaron el modelo de dominio sobre las taifas que habían mantenido hasta ese momento. Ya no quisieron conformarse con el cobro de parias, dejaron de permanecer como espectadores mientras los musulmanes luchaban entre ellos y otorgaron mayor valor al gobierno directo sobre los territorios. Por todo ello, adoptaron una actitud más belicosa, dando algunos pasos. Por un lado, Alfonso VIII de Castilla ocupó Cuenca y consolidó su dominio sobre la Meseta. Por su parte, Alfonso II de Aragón, llamado "El Casto", conquistó Teruel e intentó varios asedios sobre Valencia y otras ciudades. Ambos monarcas planificaron sus respectivos avances hacia el sur y pactaron el reparto entre las dos Coronas de las tierras aún no conquistadas, mucho antes de tomarlas. El califa almohade Muhammand an-Nasir, viendo cómo la presión de los reinos cristianos iba en aumento, ganando cada vez más terreno, se decidió a cruzar el estrecho con 20.000 hombres, con el objetivo de asegurar la frontera y recuperar los territorios perdidos. A su llegada a la península, se encontró con una alianza entre los reinos de Castilla, Portugal, Navarra y Aragón en plena cruzada contra el Islam. Confiando en su gran superioridad numérica, el ejército almohade se enfrentó al cristiano en la batalla de al-Uqab, en las Navas de Tolosa (Jaén). Tras una cruenta lucha, la alianza cristiana consiguió la victoria. Fue el 16 de julio de 1212, día en que volvió an-Nasir derrotado a Rabat y abdicó en favor de su hijo Yusuf II.


La hambruna, que sufría todo el territorio como consecuencia de un largo periodo de sequías, se agudizó durante la siguiente década y afectó seriamente a la población. A esto, se sumó en 1224 el acontecimiento de la muerte del califa almohade Yusuf II, que desencadenó una lucha dinástica y, en consecuencia, la inseguridad política en todo el Magreb y también en al-Andalus. La situación estaba al rojo vivo y fue aprovechada por los gobernadores locales para erigirse en reyes de sus territorios. De ellos, destacó Abu Abdellah ibn Yusuf ibn Hud al-Yudhami, un hudí de Zaragoza que en 1228 se autoproclamó emir de todos los musulmanes y sometió, por la fuerza y en poco tiempo, un vasto territorio formado por las taifas de Murcia, Córdoba, Sevilla, Málaga y Almería, además de las tierras de Valencia al sur del Júcar. Quedó al margen la parte de Valencia comprendida entre los ríos Senia y Júcar, fiel a su gobernador Zayd Abu Zayd. También mantuvieron su independencia algunos territorios alrededor de Jaén y Granada (Arjona, Guadix y Baza, entre otros).
Onda y su castillo árabe (foto por PCA (c))
Pero este statu quo (como dicen los cristianos) no se mantuvo durante mucho tiempo. En Valencia, Abu Zayd es desalojado de su cargo un año después por un enemigo suyo, Zayyan ibn Mardanix de Onda, acusándole de traición por haber hecho pactos con Aragón. Más tarde, en 1236, ante la presión castellana, ibn Hud rinde Córdoba a Fernando III y se declara vasallo suyo, abonándole parias. Los propios gobernadores del emir, hartos ya de su caótica política de alianzas con los cristianos, urden un plan para prenderlo y ejecutarlo como traidor, que tiene éxito dos años después. Mientras Jaime I de Aragón, desde su campamento de Ruzafa, dirige el sitio contra Valencia, Muhammad ibn Yusuf ibn Nasr, sultán de Arjona, toma Almería, Málaga y Granada y se proclama rey de los musulmanes, estableciendo su corte en esta última ciudad. Desde el 16 de julio de 1238, él es Muhammad I de Granada, más conocido como al-Ahmar por el color rojo de su estandarte y también por el de su cuidada barba.